La Cruz mística de la teología

Hasta el siglo XI no se comenzó a poner una cruz sobre el altar. Por aquella fecha ya había desaparecido la mesa de comer juntos y se había sustituido por un altar como piedra del sacrificio. El “haced esto en memoria mía” se fue paganizando al incorporar sacerdotes, ritos y liturgias.

 Durante los tres primeros siglos, la cruz no fue objeto de veneración. Era recordada como el suplicio en el que murió Jesús por predicar su evangelio, su buena nueva de liberación de pobres, tullidos y encadenados a la ley del templo. La cruz no era digna de cariño, ni para los cristianos.

 Cuando el emperador Constantino fundó en Roma la cristiandad, iglesia paralela a la de Jesús de Nazaret, escogió la Cruz como estandarte de la nueva era. Era de la Cristiandad.

 Ambrosio, obispo de Milán (373-397) y perseguidor del arrianismo promovió el culto y sacralización de las reliquias. Es difícil calcular y opinar sobre qué es lo más destacable de la plaga de las reliquias: ¿el inmenso desarrollo del negocio de las reliquias? ¿La red de caminos trazados en Europa para peregrinar de monasterio en monasterio y santificarse con las reliquias? o ¿el daño infringido a la esencia del evangelio?

 El hecho según cuenta Ambrosio es que Helena, madre de Constantino descubrió la cruz en la que murió Jesús, Aún estaba adosado el titulo puesto por Pilato, en el mástil. A partir de ese fraude, ¡perdón!, descubrimiento, la cruz se apoderó y presidió la naciente cristiandad.

 La cruz dominó los templos, presidió batallas, transformó la teología, fue venerada, adorada, paseada. Se convirtió en talismán.

 Esta exaltación de la Cruz modificó la historia real de la crucifixión. Según la nueva teología: 1.-la Cruz fue el precio puesto por el Padre para que Jesús, su Hijo, saldara las cuentas de los hombres con la divinidad. 2.-A Jesús lo crucificamos los pecadores con nuestros pecados. 3.-El dolor y la sangre se convirtieron en medicina de redención.

 Pero la historia fue otra. La realidad es que Jesús no quiso ni buscó la Cruz. Que se sepa, el Padre no intervino. Fue el clero, dueño del templo y del pueblo, quien no aguantó que Jesús liberara al pueblo subyugado. Por eso lo crucificaron. La cruz fue un contubernio entre templo y política.

 La mesa de la convivencia y del reparto en la que se recordaba, se hacía presente Jesús y comulgaba con su vida, se transformó, poco a poco, en ofrenda pagana con inciensos y rezos oscurantistas, presidida por una Cruz.

 Y sigue la confusión, fruto del desconcierto o ignorancia teológica. Hoy, los cleros y ayudantes no saben si, al comenzar y terminar la liturgia, se inclinan ante el sagrario – que indebidamente se incorpora a la escenografía – o ante el altar, o ante la Cruz. Ninguno se inclina ante la comunidad.

 Hoy día, a pesar del recorte hecho en el Concilio, siguen los curas bendiciendo con una señal de cruz a la Biblia, al pueblo, e incluso al pan y el vino. Siguen repitiendo que “Jesús cogió el pan lo bendijo” (¡¡y hacen una cruz al pan y al vino!!) ¿Cabe mayor ignorancia que afirmar que Jesús lo bendijo con la señal de la cruz?

 Hoy día, la cruz es un adorno. A veces de oro o piedras preciosas. Los curas por la calle, se van quitando hábitos, alzacuellos, pero aún algunos quieren llevar una pequeña crucecita en la solapa. Muy bonito. Dan la nota y se sienten sagrados. Pues muy bien.

 En definitiva, la cruz modificó la mesa de comedor de Jesús y ha trastocado la teología. Y con estas liturgias y teologías se ha echado una cortina de incienso místico sobre la molesta realidad histórica de la muerte de Jesús de Nazaret. Ha pasado a un segundo plano la realidad de ser la Cruz, símbolo de los Gólgotas en los que continua la crucifixión de la humanidad explotada y no liberada.

 La Cruz histórica de Jesús

 Doloroso es constatar la manipulación de la historia con Jesús de Nazaret. Pero irritante es la utilización teológica de la Cruz. Y eso es lo ocurrido desde Constantino. Manipular la historia y mistificarla para ponerla al servicio de una teología.

 Jesús muere en la cruz por querer sacar a los demás del dolor, y promover la liberación de su pueblo. Por eso el crucifijo siempre fue, es, y creo será un agarradero de esperanza, de consuelo, de fe cristiana en la oscuridad. Ese es el crucifijo de la historia. No el de una espiritualidad adulterada.

 Lo comprobé en mi madre, agarrada siempre a su pequeño crucifijo, en medio de tantas tormentas. Lo compruebo personalmente con mi crucifijo al que se le rompió la cruz de madera, pero me quedó la imagen de Jesús en bronce, con sus brazos extendidos, sus manos agujereadas, su rostro caído y en silencio.

Luis Alemán Mur