Escenario. 3

Ex Parroquia de S. Carlos Borromeo.

Ahí está la gran dificultad. La visión del mundo ha cambiado radicalmente. La Edad Media, El Renacimiento, hasta ayer el siglo XX aceptaban unas estructuras míticas para comprender la Historia, la Naturaleza, al Hombre y a Dios. En consecuencia, también la comprensión de Jesús de Nazaret y lo cristiano.

Todo ha cambiado. No nos sirven ni las palabras, ni las oraciones, ni las liturgias, ni el Dios de santo Tomás de Aquino, ni el Cristo del Vaticano.

El nacimiento de una nueva Era se ha convertido en un huracán que lo está zarandeando todo. En el Sanedrín no se enteran. Martínez Camino reboza felicidad al verse obispo portavoz; Rouco habla con seguridad pétrea; Cañizares, el diminuto Cardenal, goza como un niño vestido con su sotana roja de larga cola, y su inmediata subida al cielo de Roma; Ratzinger sigue iluminando a un mundo que se evapora, con su voz de oficinista supremo. Todos se quejan porque la sociedad se les escapa de las manos. Les queda, sí, algo de poder político, pero el pueblo, las masas, la sociedad no se inmuta.

¿Ya no tiene fe el pueblo? Podría ser que el pueblo tenga fe, pero no la suya. Incluso podría ser que el pueblo –el español, el sudamericano, el mejicano, el africano –sienta más nostalgia del Jesús aquel de Palestina. Pero el pueblo se ha enterado de que ese Jesús no va mucho por Jerusalén.

En Jerusalén celebró su última cena. La cena de despedida. Pero antes había cenado y comido muchas veces con los más amigos, con los puros, con los impuros, con las mujeres, con los recaudadores de manos manchadas por dinero pagano, con grupos en el campo a los que repartió pan y pescado, con los que le invitaban y con los que no le invitaban. No se conoce que rechazara a nadie de su mesa. Tanto comió con todos, tantas veces, que le acusaron los clérigos de comilón y bebedor.

Diríase que su misión era sentarse a comer con todos. Por lo visto le daba lo mismo si eran gentiles, judíos, pecadores o santos. Y comía de todo. Porque “lo malo es lo que sale de dentro a fuera. No lo que entra de fuera a dentro”. Dicen algunos estudiosos especialistas que a “Jesús le crucificaron por la forma en que comía”. R.J. Karris y N. Perrin. Citados por Rafael Aguirre: “La mesa compartida”. Libro al que alude, con frecuencia, Torres Queiruga.

En la Parroquia de S. Carlos Borromeo unos buenos párrocos, metidos en el pueblo más pobre, inmigrantes de extrarradio, sienten la necesidad de contactar con Jesús. La fe cristiana tiene ese defecto, el de no sentirse satisfecha con liturgias, ritos y normas. Necesita siempre vivir la presencia de Jesús.

Y comen juntos. Y hacen lo que Jesús hacía. Comen con todos. Recuerdan los gestos y las palabras de Jesús. Se dejan invadir por el recuerdo de su vida histórica, una historia imprecisa, pero suficiente. Y esa vivencia les lleva, con su fe, a captar la presencia del Jesús vivo. Eternamente vivo.

Un día, uno de los comensales festeja algo personal y lleva una bandeja de pastelillos para compartir. Otro lleva unas galletas. Todo se pone sobre la mesa para que forme parte de la comida común.

Sí. El rito es nuevo. Pero una comida muy antigua. Sí. Una liturgia de pueblo, no de Catedral. Pero una comida de Jesús.

Se enteró Rouco, cuando era jefe de la iglesia de Madrid, y gran parte del Sanedrín madrileño. Sobre todo la nueva estrella del Episcopado: Martínez Camino. Este buen señor desde que es obispo habla con más sabiduría. Lleva las manos muy limpias, y mueve los dedos como los ángeles, sobre todo el meñique. Muy propio de Obispos.

A ellos se les unió el siervo de Dios Cesar Vidal, teólogo, abogado, historiador, políglota, escritor, grafólogo, y pastor protestante. También el popular locutor y profesor Federico J Losantos, liberal inquisidor. Aunque se confiesa ateo sabe un rato de teología, como de todo.

Pues bien, con escarnios, gracietas, y micrófonos, entre los monseñores, los protestantes y los ateos crucificaron a los de S. Carlos Borromeo. No les gustaba el escenario eucarístico de Vallecas. Por lo visto son más de la Capilla Sixtina, o de la Plaza de Colón.

A ninguno les gustó el escenario eucarístico escogido en Vallecas.

Luis Alemán Mur