Un escenario puede ser la plaza de S. Pedro, o la plaza de Colón en Madrid, cualquier estadio de futbol o una plaza de toros.

Los ritualistas de la ciudad estado del Vaticano son los mejores diseñadores en la organización de grandes celebraciones funerarias o de exaltación. El más grandioso y mejor organizado del que guardo memoria fue el funeral para despedir al papa Wojtyla. ¡Qué bien representó su papel de pontífice celebrante el cardenal Ratzinger! De allí, más que del cónclave, salió hecho papa. Sus movimientos eran sagrados, un tanto ridículos, amanerados incluso, coronados con su breve melena blanca. Actuó como el dueño de la Plaza, del muerto y de la mesa-altar.

 ¿Imaginó Jesús que su mesa, iría algún día a ser utilizada para este tipo de vanidades internacionales?

 Allí estaban en pleno los dirigentes de casi toda la tierra: Los responsables del reparto de la riqueza del mundo; los responsables de guerras crueles; los jefes de inmensos arsenales de armas destructivas planetarias; los poderosos en cuyas manos reside la posibilidad de una administración de la justicia, fuente de orden y paz; los dueños de las materias primas de la tierra.

 Frente a aquel altar-mesa, todo el poder, todo el pan, todas las armas, toda la justicia.

 El convocante, Capi di tutti capi, “cogió el pan y dijo tomad y comed todos de él”. Después “cogió el cáliz y dijo; tomad y bebed todos de él”.

 Viendo la escena, con simbolismo y poesía imprescindible para comprender la mesa del Señor, recordemos la parábola de Jesús que describe otra mesa en la que un cierto rico, “epulón”, comía abundancia sobre manteles limpios, mientras Lázaro esperaba las migajas que caían.

 La única diferencia sustancial era que de la mesa-altar en la Plaza de S. Pedro, aquel día, no cayeron migas, ni hubo sitio para Lázaro.

 Claro, no eran los tiempos de Jesús. El funeral de Wojtyla se celebró en la Edad Media Renacentista.

 “Cuando Jesús dijo a Pedro: Apacienta mis corderos, no le pidió sólo que guiara su Iglesia, sino que gobernara todo el mundo”

 Esta interpretación fue del papa, Inocencio III, en el siglo XIII. De este Inocencio III escribe el historiador Jean Mathieu-Rosay: “Al morir desapareció el papa más poderoso que había tenido la cristiandad. Nunca hasta él llegó a tener el papado semejante autoridad”.

 Ya en el siglo XV, Nicolás V, uno de los pocos papas que no cayeron en el nepotismo, hombre entregado a la Iglesia, seguía dominado por la idea del poder. Quería hacer de Roma la ciudad más prestigiosa del Renacimiento: “Para que la magnificencia de su aspecto reafirme la fe de los humildes”

 ¿Hay mucha diferencia entre Nicolás V, Wojtyla o Ratzinger?

 Tanto Inocencio III, como Nicolás V, y tantos otros, hubieran querido un funeral como el que tuvo Wojtyla.

 Es verdad que el mundo ha ido más deprisa que el Vaticano. Pero el Vaticano conserva tanto magnetismo que es capaz de traer al siglo XXI, el siglo XIII.

 El epulón sigue comiendo y Lázaro esperando los migajas de la mesa. Y la voz de Jesús se sigue oyendo: “Dadle vosotros de comer”.

Al Maestro lo enterraron como a hurtadillas y de prestado. Lógico. El comedor de la cena fue una estancia prestada. La tumba también prestada.

Claro que Jesús estuvo poco tiempo en la tumba.

Por cierto, además del festejo funerario ¿Lo de la Plaza del Vaticano fue o no fue aquello de “Haced esto en memoria mía”?

Buena pregunta para teólogos y profetas y demás turba de creyentes.

Luis Alemán Mur