Me refiero a la Exhortación postsinodal del papa Francisco sobre la Familia: Amoris laetitia (la alegría del amor).

Admiro el espíritu y el arte que exhibe el papa en este documento: se ha bandeado con mucha sutileza entre el sector episcopal más aperturista y el más conservador; ha traspasado furtivamente los límites estrechos que el documento final del Sínodo le había marcado; ha driblado hábilmente a defensas y delanteros sin perder el balón; ha apuntado al horizonte, más lejos, sin salirse del terreno acotado. Dice “no, pero sí”. Eso explica que el texto sea tan largo y prolijo, mucho menos cálido y fresco de lo que Francisco nos tiene habituados. Ha hecho lo que ha podido, y no es poco.

Pero me ha decepcionado. Y me ha hecho perder la cena que hace un año aposté a Itziar, mi mujer: a que, después del Sínodo, el papa abriría la puerta para que los divorciados vueltos a casar pudieran comulgar en la misa, aunque fuera tras el humillante “proceso penitencial” previsto. Pues bien, el papa no ha abierto esa puerta, por mucho que algunos pretendan que sí. Deja la decisión en manos del obispo, tras un proceso de discernimiento y conversión. Abre la puerta a que el obispo la abra, pero no es seguro que éste lo haga. Es como si dijera “sí, pero no”. He perdido, pues, la apuesta. Y el papa Francisco ha perdido una gran ocasión para dar un paso adelante mucho mayor, necesario. Es una pena.

Lo malo no es perder una apuesta con la pareja, pues las apuestas perdidas entre marido y mujer son ganancia para los dos. Y si alguien quería de verdad que yo ganara era ella, mi mujer. Pero en este caso hemos perdido los dos, no la esperanza, pero sí las expectativas puestas. Después de tantas semanas de Sínodo en Roma de tantos obispos venidos de todo el mundo, después de tanta palabra, de tanto tiempo y tanto gasto, seguimos estando donde estamos. Y hay tanto que cambiar, y es tan tarde… Solo queda la esperanza, que consiste en seguir caminando día a día. A eso sí nos anima el papa, ¡gracias! Pero ¿eran necesarios dos años de Sínodo episcopal para eso, para dejarlo todo en manos de unos obispos que no hemos elegido, de un episcopado que más que de este papa depende de los dos anteriores y del siguiente que no sabemos cómo será?

Por ahí van justamente mis preguntas decisivas. Ningún paso será determinante, ningún cambio será irreversible mientras no cambie de raíz el sistema de nombramiento de los obispos y, más fundamentalmente, el modelo clerical y predemocrático de Iglesia, con un papa plenipotenciario a su frente, elegido por unos cardenales elegidos por el papa elegido por los cardenales. Mirad la sociología clerical: del clero joven de hoy saldrán los obispos de mañana, y los cardenales y el papa. Si no creyera en el Espíritu de la vida, perdería el aliento. No es la familia la que está en crisis, querido Francisco: simplemente ha cambiado y sigue cambiando, como todo lo que vive, aunque a veces los cambios nos puedan parecer demasiado acelerados. Es la institución eclesial la que está en crisis, en buena parte porque no cambia o cambia demasiado lentamente y pierde el ritmo de los caminantes de la vida.

He leído que esta Exhortación “marcará un antes y un después en pastoral familiar”. Bendita esperanza o bendito optimismo. ¡Ojalá sea así! En cualquier caso, esperábamos mucho más cuando todo esto empezó. Lorenzo Baldisseri, secretario general del Sínodo, declaró: “El magisterio no está enyesado; es la doctrina acompañando al pueblo”. Constatamos con pesar que la doctrina sigue siendo de yeso y alejada del pueblo. El cardenal Kasper, refiriéndose a la futura Exhortación postsinodal, afirmó tajantemente: “El documento señalará el inicio de la mayor revolución en la Iglesia de los 1500 últimos años”. También él, quizás, ha perdido su apuesta.

La Exhortación apela a la misericordia más de 30 veces. Y relativiza la doctrina. ¡Gracias de nuevo, hermano papa Francisco! Pero el poder y la decisión siguen en manos de los “pastores”. Y la doctrina sigue siendo igual de rigurosa e insólita que antes: el matrimonio es indisoluble aunque el amor se haya disuelto. En cuanto a los homosexuales, llama a que sean acogidos y respetados en su dignidad, pero deja bien claro que no hay analogía, “ni siquiera remota”, entre el matrimonio homosexual y el heterosexual (y el Vaticano acaba de rechazar al diplomático homosexual propuesto por el Gobierno francés). ¿Basta una misericordia que no cambia la doctrina ni el Derecho Canónico? No, no basta.

A pesar de todo, seguiremos caminando, cuidando cada día la esperanza y la alegría del amor. Iremos a cenar y disfrutaremos. Partiremos el pan y comulgaremos con la Vida y con Jesús el Viviente.

Amigas, amigos, nos hallemos en situación “regular” o “irregular”, celebremos en paz la alegría del amor. Y comulguemos en paz, con la bendición de Jesús y seguro que también con la del papa Francisco.