(En la madrugada del 24 de noviembre de 2015)

Pertenecías y perteneces al gremio de los sencillos. Hasta Jesús alabó al Padre cuando cayó en la cuenta de que sus misterios se oscurecían a los sabios e inteligentes mientras se revelaban a los sencillos.

Mi amigo Emilio, cuando entró en la Compañía (año 1.947) tenía el oficio de sastre y además jugaba de portero en el deportivo Granada. Si no recuerdo mal, en el Estadio de los Cármenes, simultaneaba grandes y bonitas paradas con humillantes cantadas. Para mí que era varios años más joven, era un ídolo. Por sus habilidades y por su simpatía natural.

Estudió en la Academia del Sagrado Corazón de Granada. Su director y dueño era D. Joaquín Alemán Barragán. Academia en la que poco antes estudió Federico García Lorca.

Conocí a sus padres, a su hermano mayor Juan que dejó una huella profunda en toda la panda de congregantes. Alto, simpático dominaba el arte del teatro. No recuerdo de mi juventud a persona más querida que a Juan. Hoy ya solo me queda de aquella mi familia de los Castillo Sanchez a Pepe el teólogo y Venancio, su hermano menor.

Emilio desempeñó su trabajo en la Compañía de Jesús de Andalucía y en sus manos dejaron los superiores asuntos muy delicados. Nunca he oído hablar mal de Emilio. Se ha ido sin dejar enemigos. Todo lo que hizo, lo hizo bien.

Los últimos días o las últimas semanas ha sufrido mucho y creo que innecesariamente. ¡Que no me vengan los teólogos con no sé qué dogma de que el mundo se salva con el dolor!

Emilio, sonríete desde donde estés. Ya sabes que soy fresco y sin vergüenza. Cristo murió en la cruz, no porque lo había querido su Padre, sino porque lo quisieron los hombres.

Sea como sea, estoy seguro de que pedirás por mí al Padre.

Tú amigo siempre, Luis.