“Toda la pretensión de quien comienza oración (y no se os olvide esto, que importa mucho) ha de ser trabajar y determinarse y disponerse con cuantas diligencias pueda a hacer su voluntad conformar con la de Dios; y -como diré después- estad muy cierta
que en esto consiste toda la mayor perfección que se puede alcanzar en el camino espiritual: quien más perfectamente tuviere
esto, más recibirá del Señor y más adelante está en este camino”.

Dejamos la semana pasada las segundas moradas en este punto porque es muy importante tenerlo bien “entendido”, para que se cimiente bien nuestro edificio interior y no construyamos sobre arena, sino sobre la roca firme de la humildad.

Un principio fundamental en la oración es no buscar el propio gusto o consuelo ¿Qué significa esto? Quien ha experimentado este diálogo con Dios en su interior, ha podido sentir en algún momento, que llena de paz y bienestar inexplicable. Algo que también se alcanza a través de cualquier método de relajación o meditación, se trata de pacificar las potencias y sentimientos y se experimenta un estado de serenidad que nos llena no solo de alegría, sino de ánimo, esperanza, fuerza, felicidad. Nos hace sentirnos bien, a gusto con nosotros mismo y nuestro entorno. Este es el peligro, quedarnos en lo que sentimos y eso no es la oración, ya que eso se puede alcanzar por otros caminos.

La oración es ante todo entre dos, se trata de una relación, de un estar, compartir tiempo y espacio con “quien sabemos nos ama”. Y como todo diálogo y toda relación a veces no sentimos nada, pero queremos estar porque amamos. A eso le llamamos “sequedad” porque no sentimos. Pero es que somos mucho más que sentimientos, está nuestra voluntad que quiere y se determina a estar y compartir. Y somos libertad para tomar la decisión de perseverar y permanecer. Y somos un entendimiento que comprende y cree en su presencia, y espera y se fía y confía. A veces estamos mal, bien porque físicamente estamos en un mal momento o porque nos ha sucedido algo que nos pone nerviosos, coléricos y nos enfadamos. Eso no importa, solo importa querer estar y compartir, hablarle, mirarle, estar, solo estar en su compañía. Pero os digo, como Teresa, esto es difícil de explicar y más difícil de entender para quien no tiene experiencia. Pero quien lo ha experimentado lo sabe y no hay duda.

Por eso Teresa nos aconseja no quedarnos parados ante estos momentos en que nos sentimos tan bien, sino abrazarnos a la cruz, es el camino de Jesús. Pudo evitarla, pero quiso ser consecuente hasta el final con su opción por la pobreza de la indigencia de su humanidad, pudo recurrir a muchas influencias para librarse de tal condena, pudo escoger el camino del poder, la fama y la gloria. Pero murió como un proscrito, abandonado por todos, despreciado. Pero su perseverancia hasta el final hizo que el Padre le devolviera a la vida. Ese es nuestro camino. Por eso necesitamos perseverancia para este duro combate.

Abrazarse a la cruz es aceptar con naturalidad cuantos contratiempos se van presentando en nuestra vida. No hay que vivir amargados, ni resulta un esfuerzo sobre humano. La esperanza y la alegría son dos pilares sobre los que edificar nuestro castillo interior. Fuera los miedos, las cobardías y las caras largas, las angustias, los desánimos o las tristezas. Quien vive de la confianza en Dios vive con fe, esperanza y sobre todo un amor que hace libres y ensancha el corazón. Por eso “no os desaniméis”, perseverancia que no es perfeccionismo, no se intenta no caer, sino estar siempre dispuestos a levantarnos cuando “entendemos” que hemos metido la pata. Ser consciente del error cometido y procurar corregirlo. No es a fuerza de brazos, sino con suavidad.

 

Textos para la lectura

MORADAS SEGUNDA CAPITULO ÚNICO

9. Por eso, no os desaniméis, si alguna vez cayereis, para dejar de procurar ir adelante; que aun de esa caída sacará Dios bien, como hace el que vende la triaca para probar si es buena, que bebe la ponzoña primero. Cuando no viésemos en otra cosa nuestra miseria y el gran daño que nos hace andar derramados, sino en esta batería que se pasa para tornarnos a recoger, bastaba. ¿Puede ser mayor mal que no nos hallemos en nuestra misma casa? ¿Qué esperanza podemos tener de hallar sosiego en otras cosas, pues en las propias no podemos sosegar? Sino que tan grandes y verdaderos amigos y parientes y con quien siempre, aunque no queramos, hemos de vivir, como son las potencias, ésas parece nos hacen la guerra, como sentidas de las que a ellas les han hecho nuestros vicios. ¡Paz, paz!, hermanas mías, dijo el Señor, y amonestó a sus Apóstoles tantas veces. Pues creeme, que si no la tenemos y procuramos en nuestra casa, que no la hallaremos en los extraños. Acábese ya esta guerra; por la sangre que derramó por nosotros lo pido yo a los que no han comenzado a entrar en sí; y a los que han comenzado, que no baste para hacerlos tornar atrás. Miren que es peor la recaída que la caída; ya ven su pérdida; confíen en la misericordia de Dios y nonada en sí, y verán cómo Su Majestad le lleva de unas moradas a otras y le mete en la tierra adonde estas fieras ni le puedan tocar ni cansar, sino que él las sujete a todas y burle de ellas, y goce de muchos más bienes que podría desear, aun en esta vida digo.

10. Porque -como dije al principio-, os tengo escrito cómo os habéis de haber en estas turbaciones que aquí pone el demonio, y cómo no ha de ir a fuerza de brazos el comenzarse a recoger, sino con suavidad, para que podáis estar más continuamente, no lo diré aquí, más de que, de mi parecer hace mucho al caso tratar con personas experimentadas; porque en cosas que son necesario hacer, pensaréis que hay gran quiebra. Como no sea el dejarlo, todo lo guiará el Señor a nuestro provecho, aunque no hallemos quien nos enseñe; que para este mal no hay remedio si no se torna a comenzar, sino ir perdiendo poco a poco cada día más el alma, y aun plega a Dios que lo entienda.

11. Podría alguna pensar que si tanto mal es tornar atrás, que mejor será nunca comenzarlo, sino estarse fuera del castillo. – Ya os dije al principio, y el mismo Señor lo dice, que quien anda en el peligro en él perece, y que la puerta para entrar en este castillo es la oración. Pues pensar que hemos de entrar en el cielo y no entrar en nosotros, conociéndonos y considerando nuestra miseria y lo que debemos a Dios y pidiéndole muchas veces misericordia, es desatino. El mismo Señor dice: Ninguno subirá a mi Padre, sino por Mí; no sé si dice así, creo que sí; y quien me ve a Mí, ve a mi Padre. Pues si nunca le miramos ni consideramos lo que le debemos y la muerte que pasó por nosotros, no sé cómo le podemos conocer
ni hacer obras en su servicio; porque la fe sin ellas y sin ir llegadas al valor de los merecimientos de Jesucristo, bien nuestro, ¿qué valor pueden tener? ¿Ni quién nos despertará a amar a este Señor? Plega a Su Majestad nos dé a entender lo mucho que le costamos y cómo no es más el siervo que el Señor, y qué hemos menester obrar para gozar su gloria, y que para esto nos es necesario orar para no andar siempre en tentación.

 

En este texto vemos como Teresa utiliza las palabras del evangelio para explicar con mayor claridad lo que quiere decir. Eso es lo que hay que hacer en las segunda moradas, tomar el evangelio, leerlo, meditarlo, aprender en él y aplicarlo a la propia vida.

 

Mª Rosa Bonilla