Tal como se han puesto las cosas en la Iglesia, lo más probable es que al papa Francisco le espera un próximo mes de octubre complicado. Quizá más complicado de lo que algunos se puedan imaginar. Por la sencilla razón de que, como es bien sabido, en octubre se completa y se clausura el Sínodo sobre la familia. Un tema erizado de dificultades, en torno al que se van a debatir problemas tan complicados como el del divorcio, el matrimonio entre personas del mismo sexo, el modelo de familia que quiere la Iglesia, la educación de los hijos, etc. etc. Además – y esto lo más complicado -, se avecina el momento en el que al papa se le va a pedir que se pronuncie sobre asuntos como los que acabo de indicar y otros similares. Asuntos sobre los que, en la Iglesia y en la sociedad, abundan los cristianos (y no cristianos) que tienen posturas firmemente asumidas de forma inamovible e incluso no exentas quizá de fanatismo. Por esto he dicho (y repito) que al papa Francisco le espera una “ottobrata romana” que no resultará precisamente placentera y fácil.

Así las cosas – y para acabar de complicar la situación -, Francisco ha publicado recientemente la Bula “Misericordiae Vultus”, en la que (en el nº 3) afirma literalmente: “Hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener misericordia”. ¿Por qué precisamente, en este momento, necesitamos mucho más tener misericordia?

En no pocos ambientes eclesiásticos, concretamente en la Curia Vaticana, hay quienes sospechan que el papa afirma que ahora necesitamos (vamos a necesitar) dosis abundantes de misericordia, porque ahora es cuando la suprema autoridad de la Iglesia nos va a decir cosas sobre la familia que algunos (posiblemente) no están dispuestos a escuchar y menos aún a aceptar.

No puede tener misericordia quien no tiene respeto, tolerancia y comprensión hacia quienes piensan y viven de manera que producen, en otras personas o grupos humanos, repugnancia y vergüenza, las dos emociones que tanto nos distancian a unos de otros. Y hasta nos enfrentan a los unos con los otros. Dos emociones tan determinantes en la vida, que, como es sabido, el pensamiento liberal americano considera que, si no se supera la repugnancia y la vergüenza, no es posible la igualdad entre los ciudadanos (Martha C. Nussbaum).

Para concluir esta reflexión, terminaré diciendo que no creo en modo alguno que el papa Francisco haya publicado la Bula sobre la misericordia porque les tenga miedo a quienes se puedan poner nerviosos por causa de las decisiones que tome la suprema autoridad de la Iglesia ante los problemas que hoy nos plantea la familia. Y, sobre todo, nos pongamos como nos pongamos ante lo que decida el Sínodo presidido por el papa, lo más urgente en cualquier caso – creo yo – es que sepamos reaccionar como nos indica el Evangelio de Jesús. Con la misma bondad siempre. Con la misma misericordia siempre. Aunque quizá nos pueda ocurrir lo que les pasó a los familiares de Jesús, que llegaron a pensar de él que se había vuelto loco (literalmente, “estaba fuera de sí”) (“existêmi”), tal como indica expresamente el evangelio de Marcos (3, 21).