Marcos 9,2-10 

En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. “Estaban asustados, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo.» De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».

“Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan”. Los tres discípulos más recalcitrantes. Por ejemplo, Pedro acaba (8, 32) de increpar a Jesús como a un espíritu inmundo, falso Mesías, enemigo del plan de Dios. Se oponía a que Jesús tuviera que morir a manos de sacerdotes y senadores.

“A una montaña alta”.
“Se transfiguró delante de ellos “Un monte sin nombre. Marcos alude como transfondo al recuerdo israelita de la revelación de Iahvé en el monte Sinaí. Desde ese recuerdo del Sinaí de entiende mejor el relato de la transfiguración: Un monte alto; Jesús sube con unos pocos testigos; su rostro se transfigura como aquel Moisés; una nube que oculta la divinidad; La voz desde la nube. Pero ahora, la revelación se concentra en Jesús. Este es mi hijo, el amado, escuchadlo. Así queda claro que en adelante, la única ley en esta nueva alianza (nueva etapa para la humanidad) será la vida de Jesús.

«No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.» Quizá el problema más arduo y desagradable que tuvo que afrontar Jesús en su vida fue desmontar la esperanza de un mesianismo triunfalista y nacionalista judío como herencia de David. Al pueblo y a los discípulos les costó mucho entender a Jesús. A pesar de su resurrección, la iglesia, narrada en los hechos de los apóstoles, siguió siendo en gran parte judía más que cristiana. Aún hoy mismo hay gente que sueña con el boato principesco y la influencia social de una Corte del Vaticano. Hay incluso Cardenales que añoran como aquellos israelitas el Templo de Jerusalén, su Torá, o la Roma Santa y poderosa

Luis Alemán Mur