Santos y herejes en la misma hoguera

Una biografía homenajea al exjesuita Francisco García Salve, uno de los muchos curas rojos que se enfrentaron a la dictadura franquista

JUANG.BEDOYA

Francisco García Salve, a la izquierda, y Mariano Gamo. / CARLOS ROSILLO ( )

Curas obreros, curas presos, curas santos, curas herejes, curas casados. Si la Iglesia católica salió viva de su maridaje con la dictadura franquista se lo debe al clero que rompió con sus obispos en los años sesenta del siglo pasado para comprometerse con los movimientos de oposición. Muchos acabaron en la cárcel, abandonados por sus jerarcas, con abultadas multas por denunciar torturas o predicar en gallego, catalán o vasco. “Los santos y los herejes arden en la misma hoguera”, dice ahora uno de aquellos sacerdotes, el exjesuita Francisco García Salve, famoso como Paco el Cura. El historiador Juan Antonio Delgado ha publicado su biografía, presentada el pasado martes en el colegio Gredos, en Vallecas, por el líder de CC OO, Ignacio Fernández Toxo, y los abogados Paquita Sauquillo, Nicolás Sartorius y Cristina Almeida. Se titula Francisco García Salve, preso político, cura obrero y sindicalista y de CC OO, editada por Endymion.

La memoria, contra el olvido. Son muchas las biografías de aquellos curas rebeldes. Azul y rojo se titula la de Pedro Miguel Lamet sobre José María Llanos (subtítulo: “El jesuita que militó en las dos Españas y escogió el suburbio”). La vida de Mariano Gamo la ha escrito Delgado: Testigo de la Transición. Cura obrero y marxista. La de José María Díez-Alegría, compañero de Llanos en el Pozo del Tío Raimundo, se cuenta en Un jesuita sin papeles. Eran famosos cuando decidieron “echarse al monte”, por usar la expresión de García Salve. Llanos fue confesor de Franco. A Gamo, el ministro Manuel Fraga le ofreció hacerle obispo a cambio de que aceptase antes un cargo a su lado. Alegría se fue al Pozo desde su cátedra en la Pontificia Gregoriana de Roma.

Entre los curas presos destacan Gamo y Paco el Cura. Cayeron en redadas de la policía, a los compañeros los llevaban a la cárcel de Carabanchel y a ellos, privilegio de sacerdote, a la cárcel concordataria de Zamora. Pese a su buen humor de creyente en la esperanza, Paco el Cura sigue irritado. “¡Qué vergüenza! La única cárcel concordataria de la humanidad. Mancha indeleble de la Iglesia española. ¿Privilegio, aquel antro esquinado? Tiempos de ignominia, cuando el dictador se pavoneaba bajo palio entre obispos que le daban y daban al botafumeiro”.

Si la Iglesia salió viva de su maridaje con el régimen, se lo debe al clero, que se comprometió con la oposición

Nacido en los Monegros (Farlete, Zaragoza. 1930), García Salve tenía dos años cuando perdió a su padre, guardia civil, a manos de unos anarquistas que asaltaron en 1934 el cuartel de Un castillo durante la revolución de Asturias. No fue su primer desastre de guerra incivil. Recogido por los abuelos en Palencia, la madre lo llevó cuatro años después a vivir a Bilbao, en casa del tío Vicente, tranviario, de la UGT y condenado a muerte por tener en casa un retrato de Pablo Iglesias, el fundador del PSOE.

Pobres de solemnidad, un día el cura de la parroquia le dijo a la madre: “Paco es muy listo. Pidamos beca a los jesuitas”. Acabó haciéndose jesuita, de los de pata negra, con gran futuro. Un día pidió viajar a Roma, a hablar con el prepósito general, el padre Arrupe. “Vivimos entregados al poder”, le dijo. Pese a todo, se despidieron con un abrazo. Regresó a Bilbao, hizo la maleta y se fue a vivir a una chabola en Madrid. Peón de la construcción, trabajó en muchas empresas y fue despedido de todas por implicarse en luchas y huelgas. Dirigente del PCE y de Comisiones Obreras, aprovechó una de sus estancias en la cárcel para estudiar Derecho. Retirado de la primera fila del movimiento sindical, se ganó la vida como abogado laboralista hasta que se jubiló a los 72 años.