ENTRAR Y SALIR

Tanto entrar en la sociedad humana como el salir son dos momentos de trauma. Es decir, el parto como el morir son dolorosos y sangrientos. Solo en las películas de reyes o papas, el director, cuando a él le conviene, se recrea en adornar bellas camas con grandes almohadones para la parturienta o para la cabeza blanca del patriarca moribundo mientras se intuye la salida del alma camino del cielo. Pero lo real suele ser muy distinto. Y lo real son el dolor cuando no la sangre.

El nacer como el morir están manchados de sangre, gritos y dolor. Hacemos sangre al llegar y al irnos. El día que esto no ocurra, el mundo será de plástico y el ser humano será sustituido por ordenadores y robótica. La sangre y el dolor son la tarjeta de identidad de la raza humana. Todo el que ingresa lo hace manchado en sangre. Y todo el que sale, o se le ha reventado por dentro una vena o le revientan a machetazos.

A estas alturas me es difícil creer a base de géneros literarios. Y es que no me gusta la literatura para envolver misterios o ignorancias históricas.

Ha llegado la hora de explicar sin miedo al pueblo cristiano que nuestro Jesús de Nazaret “no
bajó del cielo hecho Dios, sino que subió al cielo, después de morir. Allí el Padre lo sentó a su derecha por haber actuado según Dios”.

Es hora de saber leer e interpretar la Biblia. Y eso nos hará mayores.

Jesús de Nazaret en quien creemos, no es un Dios prefabricado. Fue en la tierra donde se fraguó todo. Entró en la sociedad humana envuelto en sangre, y salió de ella bañado en sangre. Como cualquier ciudadano, como cualquier hermano.

Luis Alemán Mur