NO ES PRUDENTE PRESUMIR SABER DE DIOS.

En alguna de sus frecuentes visitas al Vaticano, el gran teólogo protestante K.
Barth quasi católico, comentó con ironía soto voce: “¡Cuánto saben de Dios por aquí”!

Quizá sea este un defecto muy llamativo de los católicos: ¡sabemos demasiado de Dios! Ya sea cuando se escribe teología especulativa, ya sea cuando se interpreta a Dios en púlpitos y charlas. Es frecuente explicar los modos de pensar y actuar de Dios sobre nosotros, sobre los demás y sobre la historia.

Es decir, caminamos como si de Dios lo supiéramos casi todo. No nos queda campo para el misterio. Sí, hablamos mucho de misterio, pero luego cada misterio cuenta con su asignatura, con sus tesis, con sus claves, y cada pregunta con sus respuestas. En ciencia de Dios somos unos especialistas.

Y no digamos nada si de lo que se trata es del saber cómo actúa y cómo piensa Dios del mundo, de los hombres y de cada uno de nosotros. En su nombre salvamos, condenamos no solo a los individuos sino a los pueblos y a la historia.

Puede que a los católicos no nos viniera mal un reconocimiento de nuestras inmensas ignorancias y vacíos. Es tanta la ignorancia sobre Dios que nuestra pedantería ofende a los que buscan a Dios, sin saber nada de Él.

En el trasfondo se esconde la realidad de que de Dios nadie sabe nada, salvo el que por vía mística, posiblemente lo haya experimentado. Aunque esa experiencia de Dios no sea un saber académico ni científico.

Es verdad que contamos con los 46 libros del Antiguo Testamento y los 27 del Nuevo Testamento. Libros todos en los que según creemos y decimos, Dios habla, se comunica a los hombres. Y según creemos, Dios anda por esos libros. Aunque el idioma de Dios no es el nuestro. Los libros sagrados no están escritos por Dios porque Dios no sabe escribir. Están escritos por hombres de una determinada época y en un concreto país. Antes de intentar saber qué dice Dios, hay que saber qué es lo que quisieron decir los hombres que los escribieron.

Realmente es difícil y trabajoso saber de Dios. Y para complicarlo más cabría pensar que los que supuestamente consiguieron saber algo de Dios lo compaginaron con una profunda ignorancia sobre el hombre. ¿Sirve de algo saber sobre Dios si no se sabe nada sobre el hombre? La Iglesia Católica ha gastado mucho tiempo y dinero en concilios, universidades, estudiosos que estudien a Dios. Y han escrito maravillas en millones de libros. Y puede que el gran misterio sea el ser humano. “Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque si has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, se las revelado a la gente sencilla”. Mt 11, 25

Luis Alemán Mur