El Cachorro

La última señal que he recibido de la deficiente cristología oficial me llega a través de una alumna de la universidad de S. Dámaso de la diócesis de Madrid.

Resulta que en esa universidad eclesiástica, se sigue con el viejo mantra cobarde afirmando que Jesús de Nazaret, en cuanto Dios no podía tener fe porque era Dios. Sólo tenía fe en cuanto hombre. Y se quedó tan tranquilo el señor profesor universitario. Una costumbre de los profesores de teología es quedarse tan tranquilos después de no explicar nada. Aquí tranquilos todos: Roma la católica, los seminarios y universidades cuyos grandes cancilleres son los carenales; tranquilos los concilios que son como sagrarios de la Verdad; tranquilos los catequistas; y tranquilos los creyentes que decidieron pasar por Roma para llegar a Dios Trino y a su santísima Virgen María. 

El pueblo de calle que reza al Cristo de Medinaceli, al Cachorro y a la Macarena no entiende estos catecismos. Consecuencia de la gran lejanía entre el catecismo para curas y el catecismo del pueblo.

El de Nazaret no llegó ni hecho hombre. Se fue fabricando como humano durante toda su vida. Tuvo que elegir todos los días. No fue un muñeco programado. Llegó a ser hombre en tanto llegó a ser libre. Y porque fue libre se podría haber echado atrás en cualquier momento, y abandonar su misión o seguir hacia adelante con aquella locura. Pero eligió unir su vida a la visión que Dios tenía de ser humano y cumplir la misión para la que creyó sentirse llamado. “Creer” y aceptar los modos y las intenciones de Dios le costó la vida. Se enfrentó a todo un Templo con sus rabinos y teólogos y a los jefes de aquel pueblo que se creyó el elegido, pero era esclavo de la legalidad. Se “fio” más de su Dios que de la sociedad. Al final se metió en la tormenta agarrado a la fe en Dios, al que llegó a llamar su Padre.

Sin embargo, aquel Dios de quien se fio, lo abandonó. Lo dejó sólo. No envió ángeles que lo defendieran. Y en el fragor, desorientado y a oscuras, no perdió la fe y entregó su último aliento a ese Dios. Su vida y su muerte se construyen sobre un impresionante acto de fe. La fe produce seguridades que la ciencia desconoce.

Cumplida su misión, su Dios lo levantó de la muerte y lo sentó a su vera. Aquel niño que llegó a Nazaret sin hacer ni hombre ni Dios, se hizo hombre conviviendo con los hombres. Y dando su vida por los hombres llegó a ser como Dios. En el monte de la Calavera consumó su fe y su misión. Dios su Padre lo elevó a la dignidad de Hijo de Dios.

Lean cuantas vidas de Jesús quieran. Pero no olviden lo que han leído aquí.

Luis Alemán Mur