El Sínodo de la Familia: Karol Wojtyla y Gerhard Müller contra Francisco

El viernes por la tarde se realizó la décima Congregación General del Sínodo de la Familia, concluyendo así la fase de intervenciones donde se registraron más de 200 ponencias, que abarcaron todos los contenidos del Instrumentum Laboris. Los temas expuestos, por su gran variedad y complejidad, permiten aquilatar la presencia y servicio capilar de la Iglesia en la vida cotidiana y en las más complejas realidades humanas donde se vive y se expresa la familia.

Sin embargo, y conforme a lo esperado, el tema más recurrente fue el desafío pastoral que plantea a la Iglesia el acceso a la comunión de las personas separadas y divorciadas vueltas a casar. Un tema que despierta hondas sensibilidades eclesiales y que reabre una dolorosa herida, que afecta a uno de los bienes más preciados de la Iglesia, la unidad y la comunión.

Habiendo importantes implicancias en juego, es necesario comprender las raíces de una herida que cada cierto tiempo vuelve a lastimar el Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia.

En el curso de la historia de la cristiandad, diferentes realidades culturales activan este doloroso signo de la división que tensiona la vida eclesial, poniendo en pugna el imperio de la misericordia contra la primacía de la doctrina, el ámbito de la caridad contra el de la Ley, la respuesta pastoral de la praxis contra la ortodoxia.

En los tiempos de Jesús, Él mismo fue confrontado por los Maestros de la Ley y los fariseos cuando brindaba acogida a prostitutas, adúlteras, leprosos, publicanos y pecadores. Los mismos fariseos tendían trampas a Jesús para exponerlo ante la comunidad y demostrar su transgresión a la Ley Mosaica. Aun así, siempre Jesús optó por las personas, como cuando lo acusaban de no respetar el sábado. Las consecuencias de su transgresión, las pagó con su propia sangre derramada en la cruz.

En el presente, los conflictos eclesiales surgen con fuerza ante la posibilidad de admitir a la comunión sacramental a los divorciados vueltos a casar.

El mundo entero ha sido testigo de una confrontación triste y dolorosa que muestra a la Iglesia dividida y donde los pastores han sido incapaces de alcanzar consensos. Más desolador ha sido el panorama de ver a cardenales tejiendo una maraña de poder para contrarrestar el impulso misericordioso del papa Francisco.

Han sido ampliamente difundidas las estrategias del prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal Gerhard Müller, quien – junto a otros cardenales y teólogos – ha intentado derribar cualquier intento de apertura. La publicación de artículos y libros han marcado una penosa antesala del Sínodo de la Familia. El último hecho, menos conocido, ha sido difundido por Sandro Magister –reputado vaticanólogo– quien da cuenta de una suerte de sínodo paralelo realizado en Roma entre el 2 y 4 de octubre, concluyendo justo al inicio del Sínodo Extraordinario de la Familia convocado por el papa Francisco.

Ese encuentro, titulado “La familia y el futuro de Europa“, contó con oradores como los cardenales Péter ErdõMarc OuelletAngelo Bagnasco y su beatitud Fouad Twal, patriarca latino de Jerusalén.

Fue significativa en esa asamblea la participación de dos amigos personales de Karol Wojtyla, el matrimonio de filósofos polacos, Ludmila y Stanislaw Grygiel; docentes del Pontificio Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre Matrimonio y Familia.

Para nadie es desconocida la ascendencia del papa Juan Pablo II en la Iglesia, incluso para el mismo papa Francisco y para el papa emérito Benedicto XVI. Por ello, la pertinencia de dicho encuentro, así como su contenido y los invitados, encendieron una delicada señal para el desarrollo, en libertad, del Sínodo de la Familia que comenzaba al día siguiente. Además, el Instituto Juan Pablo II produjo durante el último mes una cantidad importante de documentos, entre los cuales el más sensible fue el libro “El Evangelio de la familia en el debate sinodal. Más allá de la propuesta del cardenal Kasper“, prologado por el cardenal George Pell. Una embestida frontal contra el vocero del papa en materias de familia.

Entre los artículos difundidos está el de Ludmila Grygel, que en alguna de sus partes señala: “Dios no hace don de su misericordia a quien no la pide y que el reconocimiento del pecado y el deseo de conversión son la regla de la misericordia. La misericordia no es nunca un don ofrecido a quien no lo quiere… La pastoral … No puede acomodarse a la casuística de los modernos fariseos. Debe acoger a las samaritanas, pero para llevarlas a la conversión.” (Reflexiones sobre la pastoral familiar y matrimonial, de Ludmila Grygel).

Con esto, Ludmila echa por tierra toda la “revolución de la misericordia” del papa Francisco, anteponiendo la conversión como exigencia para recibir misericordia.

Por su parte, el esposo, Stanislaw Grygel va más allá al señalar que: “La «misericordiosa»indulgencia que piden algunos teólogos no es capaz de frenar el avance de la esclerosis de los corazones, que no recuerdan cómo son las cosas «desde el principio». La teoría marxista, según la cual la filosofía debería cambiar el mundo más que contemplarlo, se ha abierto camino en el pensamiento de ciertos teólogos haciendo que éstos, de manera más o menos consciente, en vez de mirar al hombre y al mundo a la luz de la Palabra eterna del Dios viviente, miren esta Palabra con la perspectiva de efímeras tendencias sociológicas. La consecuencia es que justifican, según los casos, los actos de los«corazones duros» y hablan de la misericordia de Dios como si se tratara de tolerancia pintada de conmiseración.” (El futuro de la humanidad se fragua en la familia, de Stanislaw Grygel).

Queda así en evidencia la grave influencia política de algunos sectores integristas que seguirán trabando el anhelo reformista del papa Francisco. Eh aquí las raíces de un conflicto que se ha expresado al interior del Sínodo de la Familia, originado en sectores organizados que buscan impedir a Francisco ser papa.

Sólo así es comprensible la insistencia del papa por la oración de sus fieles, porque sabe que más allá del Sínodo de la Familia, se juegan penosas cuestiones de poder, que hieren gravemente la unidad y la comunión de la Iglesia.

Marco Antonio Velásquez Uribe