Salmo 118,
R/. ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!
Mi porción es el Señor;
he resuelto guardar tus palabras.
Más estimo yo los preceptos de tu boca
que miles de monedas de oro y plata.
Que tu bondad me consuele,
según la promesa hecha a tu siervo;
cuando me alcance tu compasión,
viviré, y mis delicias serán tu voluntad.
Yo amo tus mandatos
más que el oro purísimo;
por eso aprecio tus decretos
y detesto el camino de la mentira.
Tus preceptos son admirables,
por eso los guarda mi alma;
la explicación de tus palabras ilumina,
da inteligencia a los ignorantes. R/.
“Más estimo yo los preceptos de tu boca que miles de monedas de oro y plata”.
¡Ojalá tengamos en la vida la suerte, la gracia la finura de oír la voz de Dios! Distinguir la voz de Dios entre tanto discurso de hombres, puede dar sentido a tanto desconcierto.
“la explicación de tus palabras ilumina, da inteligencia a los ignorantes”.
“¡la explicación de tus palabras!” Siempre el mismo problema. ¿Quién distingue las palabras de Dios entre los charlatanes?