No era fácil divinizar a aquel nazareno, nacido quizá en una cueva de no se sabe con certeza qué lugar, y ajusticiado en el Gólgota.

Cuando a una realidad tan barata y grosera se la ilumina con la fe, es decir: cuando se mete a Dios en el desconcierto de la historia de los hombres, todo comienza a tener otro sentido. El hombre, los hombres, la sociedad, la raza humana y su historia resultan, a primera vista, inaguantables, absurdos hasta la desesperación. Solo con la fe, con Dios por medio, pueden encajar las piezas y cobrar sentido lo sin sentido.

Un cambio de visión comenzó el mismo día de la muerte de Jesús, conocido como el de Nazaret. Aquel viernes, todos fracasaron. Desde Jesús a Judas. Desde su madre que según Juan andaba por allí, a sus discípulos, y con ellos el reducido pueblo que le había seguido. Todos se llevaron el gran chasco: con su desastrosa muerte resultó que Dios no estaba con él. “Si es lo que dice que es, por qué no viene Dios y lo salva”. Levantado en la infame cruz, ni él mismo se lo explicaba: “Por qué” (Mc 15,34)

Así acabó Jesús el nacido en Nazaret. Lo más que se podía afirmar, como hace el ilustrado Flavio Josefo es que fue un maestro profeta, piadoso, mientras vivió. Después de su fracaso sólo cabía huir y esconderse.

Pero volvió. Y lo comprobaron. De la forma que fuera, lo comprobaron. Y allí comenzó el Cristo de la fe. Dios había intervenido, después de la muerte. Con la Divinidad de por medio, lo humano se difuminó. Ganaba Dios, pero el de Nazaret se difuminó poco a poco, iluminado por la fe.

Sus seguidores recibieron la misión de anunciar la noticia por el mundo entero. Pero ¿cómo anunciar la buena nueva de un fracasado? Era imprescindible meter a Dios en su nacimiento, en su vida, en su predicación, al cruzar el lago, cuando caminaba, cuando comía, al cruzarse 

Puede que lo divino haya perjudicado a lo humano. Si fuera así, el asunto es serio. Porque quien encendió la mecha de la fe fue el Jesús de Nazaret. Quien nos dio a conocer a Dios, quien se enfrentó al Templo, quien puso todo, incluso la Ley de Dios, al servicio del hombre fue el Jesús de Nazaret. Quien nos mostró el diseño de la plenitud humana fue el Jesús de la historia. Y lo hizo hasta en su muerte, antes de volver de nuevo a la vida.

Porque nuestra fe empezó con una historia. Y esa historia casi no la conocemos, quizá porque la consideramos de menor valor una vez divinizada: Si es Dios, si Jesús es el Cristo de la fe, ¿para que hace falta su historia humana? con el hambre, con la marginación. Incluso en lo más difícil: había que meter a Dios en el Gólgota.

Los cuatro evangelios se escriben no sólo desde el convencimiento de que Jesús vive, es que es el Hijo de Dios.

En nuestra teología, en nuestra espiritualidad cristiana, en nuestro anunciar el mensaje, hoy ¿queda algo del Jesús, judío, de Nazaret? Las palabras o discursos que leemos  como pronunciadas por Jesús ¿fueron históricamente de Jesús o composiciones literarias? Los hechos que se narran, (Bodas de Caná, Resurrección de Lázaro, órdenes a la tempestad,  diálogo con el diablo en el alero de Templo etc. ¿Todo es histórico o se mezcla la historia con  recursos literarios para explicar pedagógicamente lo inexplicable?

Los evangelios son un anuncio de que Dios está con los hombres en Cristo Jesús. Su intención no es contar la vida de Jesús. No son biógrafos.

Pero cómo fue aquel hombre Jesús antes de ser levantado de la muerte. Ese es trabajo para el creyente adulto y culto. Los que queremos seguir a Jesús y la Comunidad cristiana en conjunto comprendemos cada vez más que es preciso, urgente el estudio del Jesús de Nazaret de la historia.

Porque es la historia de un hombre que se dedicó a liberar a los de su raza de un Templo y de una Ley que los aplastaba. La historia de un hombre que fue incitando a levantarse y andar, libres de toda opresión. Pascua (paso) de un pueblo esclavo a un pueblo libre. Porque sin esa liberación no es posible la plenitud humana.

A lo mejor por eso, no convenga hurgar mucho en su pasado. Divinizado molesta menos.

Luis Alemán Mur