Eso de comer juntos es todo un programa,
un sacramento que expresa y produce
la presencia de Jesús.

En su cena de despedida, Jesús nos enseñó a partir, repartir, compartir: en eso estaba la vida.

La Eucaristía es una mesa en la que se aprende convivencia y fraternidad, a salir de la guarida de la piedad personal, la soledad o engreimiento, para sentirse hermano ante un Padre común.

Eso es eucaristía. Si no se realiza en comunidad, no hay eucaristía. Por muy sacerdote que sea el oficiante, por muy bien que se realice el ritual, si no se comparte el pan real y lo que simboliza, ese rito es rito vacío con tufo de paganismo o de viejo Testamento.

Jesús, que era judío, tuvo la valentía de depurar el pasado. Aquella noche les dijo que lo de la antigua alianza se había acabado.

Una hogaza de pan repartida, una copa de vino compartido, un brindis en forma de bendición al Padre, una mesa suplían al código, a los novillos degollados y al altar: esa es la nueva era, ese el símbolo de la nueva sociedad. Se acabaron los altares de sacrificios, la sangre de los becerros. Se acabó la esclavitud generada por la Ley.

Si nos sentamos en la mesa sin haber compartido el pan, el hambre, el desarrollo, las ideas, las dudas y a Dios, aquello puede ser un acto religioso, pero no el “sacramento de nuestra fe”. La eucaristía es un pan y un vino que se hornea y se vendimia en la vida. Después, se celebra en la mesa.

“Este es el pan y el vino de la nueva alianza.” Y cada vez que os sentéis para repartiros la comida y la bebida –símbolos de la tierra y de la vida – recordad que yo estoy con vosotros.

Eso de comer juntos y repartir lo que hay es todo un programa, un nuevo signo, una nueva concepción de la humanidad, una “nueva alianza”, un nuevo modo de desarrollo, un nuevo enfoque de la sociedad, un sacramento que expresa y produce la presencia de Jesús en medio de los hombres. “Un cielo nuevo y una tierra nueva”.

Luis Alemán Mur