Tanto el filólogo Jerónimo, como el teólogo Agustín
están detrás de todo ese follón
de píldoras y preservativos.

 En esto del sexo, quiero diferenciar muy bien lo que son opiniones y datos.

Opiniones.

Primero. La Institución eclesiástica debería imponerse a sí misma, un periodo de silencio. Por ejemplo, el primer siglo del tercer milenio. Para de esta manera:

Compensar lo mucho hablado.
Reparar los muchos errores y el daño causado.
Oxigenar, airear su mente, respirar con las ventanas abiertas.

Segundo. La Institución eclesiástica debería reconocer:

Que, dado que no cuenta con una revelación directa, clara, explícita sobre la materia, es la menos capacitada para tratar estos asuntos.
Que para encontrar una base humana seria sobre la que emitir un juicio de fe, debe recurrirse a ramas del saber y experiencia que no le son propias, como sería: la medicina, la antropología, la sicología, etc.

Datos

No se puede obviar –y esto no es opinión, es dato– que personajes tan venerables e influyentes (eminentes en otras cuestiones) como San Jerónimo, el que tradujo al latín la Biblia, y nada menos que San Agustín, han ocasionado mucho daño convirtiendo sus psicopatías, sus neurosis personales en doctrinas cristianas.

El sabio y bueno de Jerónimo llegó a manipular la Biblia, inventándose versículos, para expresar sus ideas. Lo que hizo en el libro de Tobias. Estaba obsesionado por demostrar que el placer sexual era en sí mismo pecado.

Y Agustín, uno de los hombres que más ha influido en el pensamiento de occidente, infectó, con su pesimismo radical sobre el hombre, toda la orientación cristiana. Alguien, con más autoridad que yo, ha llegado a decir: “la conversión de Agustín, en el año 387, fue una desgracia para los esposos, por muy importante que haya sido para la teología”

Jerónimo y Agustín son coetáneos (finales del siglo IV). El mundo ha dado muchas vueltas desde entonces. Se ha profundizado mucho en el conocimiento de la Biblia, del hombre, de la sicología, del universo. etc.

Pero eso parece no tener importancia. Se mantiene todo ese ambiente morboso, oscurantista sobre el hombre, la mujer, el sexo, el himen, el semen, la virginidad. Tanto el filólogo Jerónimo, como el teólogo Agustín están detrás de todo ese follón de la píldora y los preservativos. Lo importante es salvar el alma, aunque para ello sea imprescindible sacrificar al cuerpo.

Hay montones de matrimonios y parejas creyentes amargados, atemorizados; montones de monjas, clérigos retorcidos por dentro, víctimas de grandes y perversos errores de la doctrina y práctica eclesiástica.

No cabe duda de que el mundo eclesiástico está incapacitado para hablar del sida, de los preservativos, de la píldora o incluso del celibato. Es más. El mundo eclesiástico, dominado por varones, mete la pata cada vez que filosofa o habla de la mujer, aunque sea para alabarla. En definitiva, reina una ignorancia analfabeta ante algo tan serio como es la sexualidad en la pareja humana.

Y el problema es grave. Muy grave. Por la ley del péndulo, hemos pasado de una orientación de desprecio al cuerpo, -producto, en parte, de una filosofía y teología equivocadas-  a una sociedad  postrada ante lo corporal.

Hoy ni siquiera los padres saben -sabemos- qué decir a los hijos. Sufrimos una alarmante desorientación. Y los padres optan -optamos- por el silencio. Esperamos que la naturaleza y el sentido común les ayuden a encontrar una solución razonable. Pero, por supuesto, no confiamos en el párroco, ni en la Conferencia Episcopal, ni en su Comisión para la moral y las buenas costumbres.

Luis Alemán Mur