El Evangelio sólo se convierte en buena noticia si causa la liberación a los excluidos, oprimidos y sometidos

“Benedicto XVI no distingue con nitidez entre los títulos mesiánicos y los trascendentes de Jesús”

Carlos Escudero

He leído con la atención debida el libro de Benedicto XVI sobre la infancia de Jesús (Mateo 1-2) y (Lucas 1-2). Los dos evangelios de la infancia utilizan fuentes muy distintas, con relatos y escenas cuya finalidad teológica es también muy diversa.

Como conozco mejor la obra lucana, sólo voy a hacer la recensión de Lucas 1-2. Seguro que algún experto en Mateo 1-2 nos obsequiará con otra reseña.

Uno de los criterios a tener en cuenta para entender mejor el contenido teológico de estos pasajes es que Lucas escribe estas escenas en forma de dípticos (de dos en dos) para contraponer y diferenciar mejor el papel de Juan y el de Jesús en la historia de la salvación. Lucas presenta a Juan como el último profeta del Antiguo Testamento, y a Jesús como Mesías, pero con unos títulos que desbordan totalmente las previsiones y los anuncios del Antiguo Testamento sobre él:

-“La Ley y los profetas llegaron hasta Juan, a partir de ahí se anuncia el reinado de Dios” (Lucas 16,16).

Ahí se produce un corte, una verdadera ruptura, porque Jesús no viene a completar la Antigua Alianza, sino a iniciar algo radicalmente nuevo y definitivo: la llegada del reinado de Dios. Querer mezclar y hacer componendas entre el Antiguo y Nuevo Testamento llevaría a la ruina de ambos:

– “Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque, si no, el vino nuevo revienta los odres; el vino se derrama y los odres se echan a perder. No, el vino nuevo hay que echarlo en odres nuevos” (Lucas 5,37-38).

Sería bueno también recordar que, aunque el Mesías había sido anunciado de distintas maneras y por diversos profetas, el contenido de estos anuncios difiere cualitativamente de los títulos y prerrogativas con que está adornado Jesús, no sólo después de la resurrección; estas prerrogativas le pertenecen ya desde su concepción y nacimiento.

Así el título Santo, aplicado sólo a Yahvé en el AT, se le atribuye también a Jesús en Lucas 1,35; el de Señor, propio de la resurrección, Lucas se lo aplica a Jesús en muchos pasajes de su Evangelio; también se lo atribuye en el Evangelio de la infancia (Lucas 1,17; 2,11). El título Hijo de Dios, con el que culmina la cristología de la Anunciación (Lucas 1,35), es trascendente y está de acuerdo con las primeras palabras de Jesús (Lucas 2,49), donde Jesús contrapone su Padre celeste a su padre terrestre, José. El título de Mesías, siguiendo el linaje de David y con la connotación de poder y dominio sobre todas las naciones de la tierra, es rechazado frontalmente por todos los evangelistas: el mesianismo de Jesús es de servicio y solidaridad con los más pobres y necesitados, no de dominio y poder.

Estas contraposiciones entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, y entre Juan Bautista y Jesús, tienen que ser examinadas con rigor, para entender adecuadamente la teología del Evangelio de la infancia de Lucas.

Anuncio a Zacarías: Lucas 1,5-25.

Lucas, después de un pequeño prólogo a toda su obra (Lucas 1,1-4), comienza el Evangelio de la infancia con el anuncio de la concepción y nacimiento de Juan Bautista (Lucas 1,5-25). Antes de examinar algunas afirmaciones de Benedicto XVI sobre el contenido de esta narración, comprobemos las circunstancias que la rodean.

– Esta escena nos introduce en un ambiente marcadamente sagrado: Zacarías es sacerdote (Lucas 1,5). Mientras presta su servicio sacerdotal, entra en el santuario a ofrecer el incienso, pero la muchedumbre del pueblo está fuera (Lucas 1,8-10). Es decir, Zacarías se encuentra en lugar sagrado, celebrando uno acto de culto sagrado, que sólo podían celebrar los sacerdotes: está en el lugar oficial de las manifestaciones divinas. El pueblo, que no cuenta para nada, permanece fuera, haciendo su propia oración. Zacarías, en claro contraste con el pueblo, representa lo sagrado; el pueblo, lo profano, lo que pertenece a su vida cotidiana. Pues bien, en este ambiente sagrado es donde se le aparece el ángel del Señor a Zacarías y le anuncia el nacimiento de Juan, a pesar de que él es mayor, y su esposa Isabel mayor y estéril. Anuncia también el carácter profético de Juan y afirma que será precursor de Jesús, el Señor (Lucas 1,11-17). Zacarías, a pesar de ser sacerdote y de estar inmerso en el ámbito de lo sagrado, se muestra incrédulo ante el anuncio del ángel: – “¿Qué garantía me das de eso? Porque yo ya soy viejo y mi mujer de edad avanzada” (Lucas 1,18).

Lo que podría considerarse como una simple objeción de Zacarías ante el anuncio del ángel, requerida por el género literario de anuncios, aquí se convierte en falta de fe en el mensaje divino, porque Zacarías conocía sin duda otras concepciones del Antiguo Testamento, similares a la que le había anunciado el ángel: anuncio del nacimiento de Isaac (Génesis 18,10-14); anuncio del nacimiento de Samuel (I Samuel 1). Por eso esta incredulidad ante el anuncio del ángel lleva consigo un castigo ejemplar:

– “Pues mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que eso suceda, por no haber dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento” (Lucas 1,20).

La conclusión es clara: Zacarías, sacerdote, celebrando un acto sagrado en el santuario, no tiene fe, no se fía del mensaje del Señor. Puesto que él aparece como el último sacerdote del Antiguo Testamento, antes de la concepción de Jesús, el castigo de quedarse mudo tiene carácter simbólico: Lucas hace enmudecer a toda la casta sacerdotal, porque hacer gala de lo sagrado para distinguirse y distanciarse del pueblo, encumbrarse, ser objeto de honores y celebrar ritos sagrados, sin tener fe; es un verdadero fraude. Al salir del santuario ya no pudo comunicarse de manera normal con la multitud que estaba fuera, sólo por señas. De hecho Zacarías volverá a hablar después del nacimiento de su hijo Juan, pero no como sacerdote, sino como profeta por la irrupción del Espíritu Santo sobre él:

-“Zacarías, su padre, lleno de Espíritu Santo, profetizó: – Bendito sea el Señor Dios de Israel”… (Lucas 1,67-68).

Así pues, Lucas, desde la primera página de su Evangelio, afirma que el sacerdocio del Antiguo Testamento ya no tiene nada que comunicar al pueblo, a pesar de la tradición sagrada secular y del respeto que esta institución le merecía a la gente. Fiarse de Dios es lo fundamental, y la fe no está relacionada con el sacerdocio, sus ritos y los lugares sagrados.

Benedicto XVI pasa por alto estas conclusiones sobre lo sagrado y la falta de fe del sacerdote Zacarías, y, sobre todo, llama la atención que considere sacerdote a Juan Bautista en este relato. Escribe: “el sacerdocio de Juan Bautista va hacia Jesús”; “en Juan todo el sacerdocio de la Antigua Alianza se convierte en una profecía de Jesús”. Y más adelante: “Juan que `se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno` (Lucas 1,15), vive siempre, por así decirlo, `en la Tienda del Encuentro`, es sacerdote no sólo en determinados momentos, sino con su existencia entera, anunciando así el nuevo sacerdocio que aparecerá con Jesús”.

Con este tipo de afirmaciones, la exégesis se resiente a causa de ideas preconcebidas, porque ni Juan Bautista aparece en esta narración como sacerdote, ni anuncia ningún sacerdocio de Jesús, que nunca aparece como sacerdote en la obra lucana. “Llenarse de Espíritu Santo ya en el vientre materno” (Lucas 1,15) se refiere a la condición profética de Juan, que “irá por delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías…, preparándole al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lucas 1,17). Juan aparece, pues, como el último profeta del Antiguo Testamento, “con el espíritu y poder de Elías”. Así es también presentado por su padre Zacarías en el Benedictus:

– “A ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor, a preparar sus caminos”. (Lucas 1,76).

Benedicto XVI se apoya en el hecho de que “no beberá ni vino ni licor” (Lucas 1,15) para afirmar que Juan es sacerdote , pero esta afirmación no se refiere a su sacerdocio, sino a su vida austera en el desierto, privándose de bebidas alcohólicas, en sintonía con su vestimenta y alimentos: “Juan iba vestido con pelo de camello, con una correa de cuero a la cintura y comía saltamontes y miel silvestre” (Marcos 1,16). Su voz profética, desde el desierto, constituye un claro desafío a los sacerdotes y al templo. La afluencia masiva para recibir el bautismo de Juan en el Jordán indica claramente que el templo, con todo lo que representaba, ya estaba desprestigiado en esta época. Pero los mayores ataques contra el templo y los sacerdotes no vinieron de Juan Bautista, sino del mismo Jesús. Los profetas fueron anunciando la reforma del culto; Jesús, su abolición.

En el anuncio de la concepción de Jesús, como contrapunto y contraste dialéctico, captaremos todo lo afirmado con mayor claridad, porque la historia de Jesús corre paralela a la de Juan Bautista en el Evangelio de la infancia; este paralelismo es antitético, es decir, de contraste y confrontación, y resalta de manera muy plástica las prerrogativas de Jesús, y otros aspectos relevantes del Evangelio. Este paralelismo nos lleva a descubrir en Jesús una personalidad misteriosa y compleja: no hay personaje alguno en el Antiguo Testamento que se le pueda aproximar; nos quedamos, pues, sin puntos de referencia. La figura de Jesús con sus prerrogativas desborda también cualitativamente la de Juan Bautista. De hecho, Lucas afirma que con Jesús empieza algo radicalmente nuevo y en su Evangelio lo va resaltando de diversa forma.

Descarga el artículo Completo