El talento era una moneda antigua que en época de Jesús llegó a tener gran valor.

Jesús la utilizó para proponer a sus discípulos una de sus grandes parábolas sobre la vida eterna. Ayer decíamos que la vida (en minúscula) puede ser comparada con un billete o boleto para entrar en la Vida (con mayúscula) y añadimos en seguida que esta comparación era correcta en un sentido, pero incorrecta en otro. Ahora entenderemos por qué decíamos eso.

El padre o la madre de familia que quiera proseguir con esta sesión catequética debería reunir a sus hijos e intentar escenificar la enseñanza de la parábola. El catequista es un señor de una gran ciudad que debe irse de viaje por unos cuantos años. Así que llama a su presencia a sus principales criados y les advierte que se va de viaje, pero que ellos deben quedarse al frente de la ciudad y deben ser diligentes y trabajadores.

Llama al primero de ellos y le da cinco talentos. Para que el niño lo entienda mejor le puede dar unos billetes ficticios o reales que representen una buena cantidad de dinero. Aquí le puede ayudar a pensar, preguntándole cómo podría el elegido conseguir que su dinero fructificase, es decir, aumentase durante los meses que estará fuera. El niño, con el dinero en la mano, dirá su opinión al respecto y el padre o madre de familia valorará la conveniencia de la misma o bien le propondrá la primera de las actitudes empleadas por los siervos del Señor:

“Inmediatamente se fue el que había recibido cinco talentos, se puso a trabajar con ellos y ganó otros cinco” (Mt 25, 16).

Se hace lo mismo con cada uno de los participantes en la escenificación y se le permite seguir su propia idea o bien se le propone alguna otra solución de los tiempos actuales: inversión en bolsa (ahora no será el mejor momento), compra de bonos del Estado, ingresar el dinero en el Banco, etc.

Sin embargo, al último de los hijos (preferiblemente uno de los menores) le puede sugerir que ahorre el dinero bien guardándolo en algún lugar seguro, bien enterrándolo en el jardín donde nadie pueda encontrarlo. Para animarle a hacer eso, conviene señalarle los riesgos que corren los demás hermanos al invertir sus dineros en actividades que podrían resultarles fatales. “Si no quieres perder el dinero, lo mejor será que lo guardes tú mismo y no te fíes de nadie”, puede decirle. Este argumento no suele fallar.

Acto seguido, el padre o madre de familia continúa con la escenificación: a cada uno le da un papel con el resultado en sobre cerrado, con el resultado de la gestión. Tendrán que abrirlo en su presencia cuando él vuelva. Dejando claro este punto, sale de la habitación y permanece fuera durante unos minutos para volver a entrar, con aires de rigor financiero. Llama al primero y le pregunta:

– Bien, fulanito, hace unos meses te di cinco talentos. Ahora, ¿qué me devuelves?

El niño abrirá la carta y contestará todo contento: “me diste cinco talentos y aquí te devuelvo otros cinco”.

Lo mismo hará con los restantes hijos, que abrirán sus sobres y podrán decir con alegría que han hecho fructificar sus talentos. Cada uno de ellos oirá la sentencia agradecida y llano de santo orgullo pronunciada por el Señor de la ciudad: “Bien, siervo bueno y fiel. Has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en el gozo de tu Señor”.

Sin embargo, cuando el último abra el sobre y le devuelva exactamente lo mismo que le entregó, el padre de familia le preguntará indignado: ¿por qué me devuelves lo mismo que te dí?

El hijo, totalmente extrañado, dará las explicaciones que ha recibido previamente que se resumen en las razones del holgazán: “Señor, sé que eres hombre exigente, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Tuve por eso miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo tuyo”.

La respuesta del Señor tiene que ser convenientemente contundente (conviene gritar y gesticular, con el ceño fruncido y la mirada rabiosa): “¡Siervo malo y holgazán! Sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido. Debías por esto haber dejado mi dinero a los banqueros, y al volver yo hubiera recibido lo mío con los intereses. Quitadle, por tanto, el talento y dádselo al que tiene diez. Porque a todo el que tenga se le dará y abundará; pero al que no tenga, aun lo que tiene, se le quitará. Y al siervo inútil arrojadlo a las tinieblas exteriores: allí será el llanto y rechinar de dientes”.

La enseñanza es clara. La vida (en minúscula) no es un simple billete o bono que pueda guardarse debajo de la cama. Es necesario ver cómo le podemos sacar partido todos los días de nuestra existencia. El primer y principal talento es la vida, porque sin él no tendríamos ningún otro. Sólo el que existe puede tener alguna otra virtud, capacidad o posesión. Todos los talentos se apoyan en este primero y fundamental: Dios nos da la vida para que la aprovechemos en servicio de los demás.

Si te guardas la vida para ti mismo, porque no quieres perderla, te sucederá precisamente lo que enseñó Jesús: la perderás para siempre y no podrás entrar en el gozo del Señor, es decir, en el Cielo. Y al contrario si te olvidas de ti mismo y vives para los demás, entonces tu vida dará mucho fruto y llegará un día en que podrás escuchar: “Muy bien, siervo bueno y fiel, has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en el gozo de tu señor”.

Esta enseñanza de Jesús ha sido tan valiosa para la humanidad que ahora la palabra talento significa también todas aquellas capacidades naturales que la persona ha recibido y que puede desarrollar al servicio de los demás. Es un buen momento para hablar de los talentos de tus hijos y para sugerirles el modo de emplearlos.

Ya me diréis cómo ha ido esta catequesis. Si se te ocurre algún otro modo, también puedes sugerirlo. Yo lo he explicado así en varias ocasiones y siempre con éxito.

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