Va a venir el Papa a Madrid, para reunir a cientos de miles (¿dos millones?) de jóvenes ricos, recordándoles el principio del evangelio. Pues bien, según el evangelio de este domingo, ese principio del evangelio no es la Eucaristía Sacramental (por santa que sea), ni la Oración cerrada (por necesaria y excelsa que sea…). El principio del Evangelio es dar de comer a la niña hambrienta y enferma.

Este pasaje nos sitúa de manera directa ante el hambre de los niños en Somalia, cristianos o musulmanes (el hambre no tiene religión). Jesús ha discutido con los buenos judíos… y quiere retirarse por un tiempo a la zona pagana de Tiro. Allí sale a su encuentro una madre cananea, pagana, pidiéndole por su hija… Jesús quiere evadirse, tiene otras cosas que hacer (cosas de judíos, de discípulos estrictos). Pero la mujer insiste, y Jesús descubre que su tarea primera es alimentar a los niños, sean o no paganos.

Esta madre pagana de Tiro (hoy sería musulmana) enseña a Jesús la mayor de las lecciones. Jesús, siendo Dios, aprende. Hoy nos salen al encuentro las madres de Somalia, con niñas que no están “enfermas” en sentido médico… Simplemente tienen hambre. Podemos responder como Jesús: Primero están los hijos…. Pero la mujer insiste, y Jesús aprende, dando de comer su pan a la niña. ¿Aprenderemos nosotros?
Mateo 15,21-28. El hambre de la niña enferma

En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.

Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle:
Atiéndela, que viene detrás gritando.

Él les contestó: “Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.”

Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió: “Señor, socórreme.”

Él le contestó: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos.”

Pero ella repuso: “Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.”

Jesús le respondió: “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.” En aquel momento quedó curada su hija.

Una mujer pagana, una hija enferma

Esta mujer es “cananea”, signo viviente de los pueblos que a lo largo de siglos han luchado contra los judíos en la misma tierra Palestina y/o de su entorno, desde la época de los jueces y de Elías hasta la restauración de Esdras-Nehemías y las guerras de los Macabeos. Ella representa a toda la gentilidad.

El texto la presenta simplemente como mujer (gynê). Es muy posible que un judío habría malinterpretado la ausencia de esposo: ¡No es legítima, ella encarna la prostitución de cananeos y gentiles! Pues bien, ella aparece ante el Kyrios (es decir, ante el Señor poderoso de Israel) como necesitada, sin más. Todo el mundo gentil, la humanidad entera ha venido a condensarse en esta madre con su hija enferma.

El signo de humanidad es una mujer que no logra transmitir vida a su hija, que parece dominada por un demonio impuro… un demonio que, en el contexto posterior, se identifica con el hambre (no tiene pan…, no puede compartir el pan de la mesa de los hijos). La buena ley israelita las habría rechazado, porque contaminan a los puros judíos (cf. Esd 9-10). Pero Mateo la presenta como maestra mesiánica de Jesús.
Una discusión teológica y social:

a. Jesús le dice: “Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”. Ésta es la teología oficial, la teología de una Iglesia que se cierra en sus fieles, “las ovejas descarriadas” de la Iglesia

b. Pero la mujer insiste: “Señor, socórreme.” No le interesa la teología de Jesús, ni los principios de la Escritura israelita… Le interesa su hija, quiere a su hija, quiere darle pan. Y ese “querer” de la madre aparecerá enseguida como más importante que todos los dogmas del buen Jesús “eclesial”, enviado a las ovejas de Israel.

c. Jesús también insiste en lo suyo, defendiendo otra vez su teología: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos.” Jesús distingue así lo bueno y lo malo, lo conveniente y lo no conveniente… Hay buenos “hijos de Dios”, raza pura que se debe alimentar y proteger…Los demás, los otros (cananeos, paganos… ¿musulmanes? ) son perros. No es bueno alimentar a los perros, hay que cuidar a los hijos. Estas palabras del Jesús de Mateo son quizá las más duras del evangelio, son palabras del Jesús dogmático…

d. Pero ella repuso: “Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.” Ella no discute la teología, da la razón a Jesús… Pero argumenta desde otra perspectiva: También los perros tienen derecho, derecho a las migajas… un trozo de pan que les sobra a los hijos…
Una mujer que cambia a Jesús. Cambiar la teología al ver la necesidad de la hija

Ésta es una conversación muy dura, pero inmensamente clara, en la que Jesús se deja cambiar por el argumento y dolor de esta mujer pagana. Desde su propia impotencia (engendra a su hija y no logra ofrecerle pan, quizá porque los “hijos se lo comen todo”), esta madre presenta su problema a Jesús. Es imperfecta (no logra transmitir vida madura a su hija), pero busca a Jesús.

El evangelio ha dejado en segundo lugar (ha silenciado o superado) otros rasgos que serían esenciales para el judaísmo legalista: la posible idolatría de la mujer (adora a dioses falsos), su identidad política (es cananea, no acepta el orden social del judaísmo), para destacar sólo el hecho de que ella es una madre humanamente fracasada, pero que cree en Jesús y que puede ser curada (ella y en especial su hija).
El texto dice expresamente que es cananea, opuesta a la buena “iglesia” de los judíos puros, que son hijos de Dios. Pero la misma mujer se encarga de decir a Jesús que ante el dolor por su hija resultan secundarias las diferencias de raza y religión. Marcos no había venido para conversar con ella, ni para curar a su hija, pues bastantes problemas ha tenido en Galilea, al enfrentarse con las leyes de pureza que está imponiendo un tipo de judaísmo de escribas y fariseos. Él había venido a ocultarse, pero Dios guía su camino, para que suceda este encuentro con la mujer pagana y su niña enferma.
Jesús ha empezado respondiendo con buena teología:

Él tiene que ocuparse de su Iglesia, no puede dar el pan de los hijos… a los perros. Así responde, como está mandado, según la tradición y teología israelita: primero han de comer los judíos, en abundancia mesiánica. Sólo después, como una consecuencia, cuando los judíos hayan “comido” podrá extenderse la hartura del banquete final a los “perrillos”, es decir, a los gentiles. Esa palabra es fuerte, pero Jesús debe decirla, si quiere mantener la tradición israelita. No habla en nombre suyo, sino en nombre de la ley y teología de su pueblo, en nombre de sus Doce enviados israelitas.
Pero la mujer tiene un argumento mejor que el de Jesús: el hambre de su hija.

Ella acepta la teología israelita (primero los hijos….), pero añade que también los perros tienen un derecho… La mesa de los hijos está llena… Sobran panes, sobre en occidente millones de bienes de consumo… Ella sólo pide unas migajas. Así responde, respetando la prioridad israelita, pero profundizando en ella, de forma sorprendente, en línea de sabiduría universal. Esta mujer acepta las palabras de Jesús (distingue entre hijos y perrillos), pero las invierte recordándole al Señor (Kyrios) de Israel que su banquete es abundante, que sobra pan (se desborda de la mesa), que es tiempo de hartura universal.

No pide para el futuro (cuando se sacien finalmente, del todo, los hijos…) sino para el presente, para este mismo momento, suponiendo que los hijos (si quieren) pueden encontrarse ya saciados y les sobra. De esa manera convence a Jesús con la lógica de su maternidad frustrada (se le muere la hija) y esperanzada. Ésta es una mujer que cree, cree con su amor de madre, sabe que el amor de su maternidad tiene sentido y que Jesús, mesías de Israel, debe ayudarla en el camino de maduración de su hija. Ante su necesidad pasan a segundo plano los argumentos de pureza e impureza, de buen pueblo y mal pueblo, el signo de los Doce hijos judíos y de la multitud de los gentiles.
Significativamente, según el evangelio, en este momento clave de la trama de Jesús, cuando se rompe el nacionalismo religioso israelita y el pan del reino se abre a los gentiles (los perrillos), ha sido necesaria esta mujer pagana, que aparece como maestra de Jesús. Ella sabe algo que Jesús ignora, porque tiene una hija hambrienta…Esta mujer aparece así nueva Eva de la reconciliación: no rechaza a los “hijos” antiguos (a los israelitas que son hijos); pero quiere un puesto para los “perrillos” en la mesa grande del banquete mesiánico.
Jesús le respondió: “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.” En aquel momento quedó curada su hija.

A Jesús le convence el argumento de la mujer, de manera que acepta su lógica de madre (persona) y aprende por ella a actuar como Kyrios universal. Ella le ha convencido para que llegue hasta las últimas consecuencias de su mensaje: el banquete de pan compartido, la mesa abundante de nueva familia (la iglesia) ha de abrirse a todos los seres humanos. Así supera o rompe el muro que escindía a judíos y gentiles. En la casa de frontera de Tiro, Jesús ha recibido el impulso de fe de esta madre pagana que le ha “convertido” al mesianismo universal, diciéndole algo que él no había experimentado antes, de un modo concreto.

Para poder decir lo que ha dicho y hacer lo que ha hecho, Jesús ha tenido que exponer a esta mujer su proyecto (¡primero los hijos, no es bueno alimentar a los perros…), pero después se ha dejado convencer por ella, por su logos de mujer, por su razonamiento, que va en la línea del razonamiento de Dios.

Esta mujer pagana y, sólo ella, le ha hecho comprender el plan de Dios. Por eso, Jesús ha tenido que ponerse en su lugar, escuchando lo que ella le ha dicho, sintiendo lo que ha sentido, desde el otro lado de la pureza israelita. Sólo así, escuchando a esta mujer, Jesús puede aprender y aprende algo que no se podía desde el interior del judaísmo. Para saber de vedad hay que pasar a la otra orilla, mirando desde el otro lado. Es lo que hace esta mujer, ayudando a Jesús.

UN JESÚS QUE CAMBIA, UNA IGLESIA QUE DEBE CAMBIAR

Jesús acepta el argumento de la mujer, como Mesías que debe escuchar a los hombres y mujeres, dentro y fuera de Israel. Este Jesús no tiene la respuesta ya fijada, no posee una verdad inmutable. Su respuesta y verdad se mantiene y despliega en diálogo con esta mujer, que le ofrece su palabra de dolor esperanzado, de manera que todos los argumentos del mesianismo puramente intra-israelita cesan ante ella. Esta mujer, humanidad sufriente, es principio hermenéutico del nuevo mesianismo.

Ella es sin duda una mujer concreta que sufre por su hija, pero, al mismo tiempo, es signo de todo el paganismo, de aquello que Pablo presentaba como el mundo de los griegos (gentiles), tan opuesto al judaísmo (cf. Gal 3,28; Rom 10,12). Como buen judío (¡que no conoce lo que sienten los gentiles!), Jesús había empezado exponiendo la dogmática israelita, distinguiendo hijos de “perrillos” y diciendo a la mujer: «¡espera!».

La mujer cananea no niega el “dogma” judío, no discute la precedencia de Israel, pero encuentra en el gesto de de Jesús (que ha ofrecido mesa abundante, con muchas sobras, para los hijos) un hueco abierto a la esperanza de los gentiles, pues sabe que en ese banquete hay pan suficiente para todos. Jesús no tiene que cambiar su “dogma”, sino ampliarlo, conforme al principio que él mismo ha expuesto en las multiplicaciones. Esta mujer no quiere quitar el pan a nadie, no es vengativa, reivindicativa o egoísta, sino que hace algo mucho más profundo: se introduce en el movimiento de gracia (de pan) del mensaje-vida de Jesús, y desde la periferia de ese movimiento pide unas sobras de pan para su hija, apareciendo así como la primera hermeneuta de la multiplicación de los panes, de manera que entiende aquello que los discípulos no habían entendido cruzando el mar en barca.
EL PRIMER DOGMA DE LA IGLESIA

No es el Creo de Nicea, ni la Eucaristía de los buenos en los Cuatro Vientos (cosas muy importantes). El primer dogma es que las madres puedan dar de comer a sus hijos e hijas… madres cananeas o somalíes.

El texto nos dice que Jesús cambió ante el argumento de la madre, que le habla de su hija enferma/hambrienta…

El evangelio de este domingo nos invita a cambiar, con Jesús… para que todas las madres puedan dar de comer a sus hijos hambrientos de pan y de palabra

Xabier Pikaza