(Lc 7,47)

La “anécdota” referida por Lucas (7,36-50) es muy conocida por lo que tiene de original y hasta de escandalosa. Lucas es el evangelista con mayor sensibilidad hacia la mujer y podemos decir que ha bordado esta escena.

Ante todo, conviene dejar claro que este pasaje no tiene nada que ver con el relato de Mateo (26,6-13), donde una mujer derrama perfume sobre la cabeza de Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso. Y tampoco con la escena donde María, la hermana de Marta y Lázaro, unge los pies de Jesús (Jn 12,2-8). Y vamos a nuestro texto:

Lc 7,36: “Un fariseo lo invitó a comer con él. Entró en casa del fariseo y se recostó a la mesa.”

Jesús no rehuye las distancias cortas. Al contrario, le ofrecen la oportunidad de acercarse a cualquier persona, sin importarle su categoría social, religiosa o política. En esta ocasión, acepta la invitación de un fariseo llamado Simón, como también aceptó la de Mateo con el clan de publicanos (Mt 9,9-13) y hasta se invitó personalmente a la casa de Zaqueo, jefe de  publicanos (Lc 19,2-10).

Lc 7,37-38: “En esto, una mujer conocida en la ciudad como pecadora, al enterarse de que estaba a la mesa en casa del fariseo, llegó con un frasco de perfume,  se colocó detrás de él junto a sus pies, llorando, y empezó a regarle los pies con sus lágrimas; se los secaba con el pelo, se los besaba y se los ungía con perfume.”

La escena parecía más bien fría y protocolaria. Pero cobra un dinamismo y una tensión extremas. En una sociedad patriarcal el comportamiento de esta mujer resulta escandaloso y provocativo… ¡inadmisible e intolerable! Nuestras costumbres respecto a las comidas y a la forma de reclinarse junto a la mesa han cambiado. Pero si imaginamos cualquier forma de repetir esta escena en nuestra cultura actual resultaría igualmente escandalosa.

Lc 7,39: Al ver aquello, el fariseo que lo había invitado dijo para sus adentros: -Éste, si fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo está tocando y qué clase de mujer es: una pecadora.

Las leyes de hospitalidad condicionan el comportamiento del fariseo. No se atreve a decir nada a Jesús, pero ¡claro! ¿Cómo un profeta no se da cuenta de quién es esta mujer? ¿Y cómo tolera un escándalo semejante? Porque ¡todo el mundo la conoce en este pueblo!
Lc 7,40-42: “Jesús tomó la palabra y dijo: -Simón, tengo algo que decirte. Él respondió: -Dímelo, Maestro.  -Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta.  Como ellos no tenían con qué pagar, se lo perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le estará más agradecido?

Jesús no parece darse por aludido. En una situación tan embarazosa, plantea a su anfitrión una cuestión teórica y abstracta, que parece no tener nada que ver con lo que está ocurriendo. ¿Es que está echando balones fuera? Destaco la última frase en la pregunta de Jesús: ¿Cuál de ellos le estará más agradecido?

Juan Mateos traduce como “estar agradecido” el verbo griego ἀγαπάω – “agapaô” que se utiliza hasta 143 veces en el NT. El equivalente normal de ἀγαπάω en español es amar, querer, sentir predilección. En los diversos pasajes del NT tiene numerosos matices según el sujeto o el término de la acción. Por ejemplo: amarás al Señor tu Dios (Mt 22,37; Mc 12,30-33; Lc 10,27); amad a vuestro enemigos (Mt 5,44; Lc 6,27.35); así amó [demostró] Dios su amor al mundo, llegando a dar su hijo único Jn 3,16)….

En nuestro caso concreto, el verbo ἀγαπάω se utiliza para expresar la reacción-respuesta de alguien que ha recibido un beneficio. El verbo más adecuado en español es agradecer, estar agradecido. No se trata sólo de una precisión semántica sino de un contenido de fondo que vamos a ver más adelante.

Lc 7,43 Contestó Simón: -Supongo que aquel a quien le perdonó más. Jesús le dijo: -Has juzgado con acierto.

¡Está muy claro! La respuesta no ofrecía duda. Pero ante la perplejidad y el desconcierto del fariseo, Jesús aterriza de forma brusca y directa:
Lc 7,44-46 Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: -¿Ves esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró no ha dejado de besarme los pies. Tú no me echaste ungüento en la cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume.

Jesús se recrea en desgranar con cierto regodeo las dos actitudes tan marcadamente distintas. Simón no ha cumplido con unas normas elementales de hospitalidad. En cambio, la mujer, sin ser invitada, ha irrumpido en escena, ha roto todas las normas de comportamiento social y ha manifestado una forma de “hospitalidad” completamente transgresora y excepcional.

Continúo con la escena. Y utilizo la traducción tradicional y la más conocida:

Lc 7, 47 Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho.

 Es decir, primero está el amor y, después, el perdón. El perdón sería como el resultado y la consecuencia del amor.

Lc 7, 47  aquel a quien se le perdona poco, poco ama.

Sin embargo, en este caso, primero está el perdón y después el amor… ¿En qué quedamos? Hemos repetido rutinariamente esta traducción sin caer en la cuenta de que afirma realidades contradictorias.

Juan Mateos me contó la perplejidad que tuvieron Alonso Shökel y él al  descubrir esta contradicción. Y el largo proceso hasta llegar a la traducción que adoptaron. El cabreo morrocotudo que pillaron los dos especialistas en relación con la Conferencia Episcopal Española, donde también intervenía este pasaje, terminó en la espléndida decisión de realizar una nueva traducción completa de la Biblia: la Nueva Biblia Española.

Pero vamos a la traducción. El verbo utilizado es de nuevo ἀγαπάω. La inercia lleva a traducir por “amar”… con el resultado contradictorio que acabamos de ver. En cambio, si volvemos a la pregunta que hace Jesús al fariseo (¿Cuál de ellos le estará más agradecido?) aparece con claridad la coherencia del texto:

Lc 7, 47 Por eso te digo: sus pecados, que eran muchos, se le han perdonado, por eso muestra tanto agradecimiento; en cambio, al que poco se le perdona, poco tiene que agradecer.

¡Magistral! El perdón significa siempre el primer paso. La experiencia de perdón  nos transforma y nos cambia. ¿Qué había visto esta mujer en Jesús? ¿Se encontraron sus miradas en alguna ocasión o sólo lo conocía de oídas? Lo que emociona de la escena es la absoluta confianza de esta mujer en que Jesús la acoge y en que esa acogida es definitiva.

No podemos ocultar el trasfondo teológico, evangélico y humano que subyace en todo el pasaje. El perdón, como liberación interior del rencor y del odio. El perdón como expresión inefable del amor de Dios que es anterior e independiente de nuestra respuesta. Y como contraste, esa visión raquítica del perdón “penitencial” con la enrevesada distinción entre “culpa” y “pena”, que ha provocado un perrilleo indecente de indulgencias y de purgatorio.

 

Lc 7, 49-50 Los comensales empezaron a decirse: -¿Quién es éste, que hasta perdona pecados? Pero él le dijo a la mujer: -Tu fe te ha salvado; vete en paz.

A pesar de la sorpresa y el escándalo de los comensales, esta mujer recuperó o adquirió por primera vez la experiencia de su propia dignidad como persona y como  mujer. La reconciliación consigo misma le permite irse en paz.

Pope Godoy