A mí, eso de que los discípulos reconocieran a Jesús en la posada de Meaux, al partir el pan, luego de un largo trayecto, siempre me ha llamado la atención. Hubo una travesía, un camino, y nada. Hubo una larga conversación acerca de los acontecimientos recientemente pasados, y nada. Es decir, que ese cuerpo resucitado del Crucificado no era del mismo ver que en días anteriores. Existe una evidente confusión en torno a la imagen del Resucitado. A ojos vistas, no es igual: ni para  María Magdalena que lo confunde con el hortelano del lugar, ni para Santo Tomás, que necesita, no ver para creer, sino palpar la evidencia para creer, la evidencia de la lanza en el costado; tampoco para estos caminantes hacia Meaux que sólo captan la realidad luego del cansancio del camino y en el momento de partir el pan, en la posada.
Diego Velásquez también se internó con sus pinceles de luminosa claridad ante el misterio, por el Camino de Meaux, deteniéndose justamente en esa posada donde se desvela el misterio. Los compañeros de ruta del resucitado todavía discuten, atónitos, si se trata del Crucificado o no. Pareciera que esa respuesta está en la blancura inmaculada de un mantel de mesa, que no es mantel sino luz resucitada. Toda la luz sobre el mantel para que la escasa luminosidad de la escena, sólo la suficiente para captar la incomprensión de los dos caminantes, sea la que desvanezca la confusión.

Fluye la luz del mantel para mostrarnos el rostro de Jesús todavía irreconocible como resucitado. No obstante, es El. Y ahí está la mano sobre el mantel para que la luz nos permita contemplar la evidencia: la señal inconfundible del taladro del clavo pero sin el dramatismo de la sangre, pero sobre todo ese pan que se insinúa y que va a ser partido, para ser repartido, como la más fehaciente muestra de la evidencia. Sólo pan y una fruta. Sólo un signo para derrotar la incredulidad de los caminantes.

¿Será? ¿No será? Porque no hay más evidencia que esa hogaza. Y es que, el signo de compartir la mesa, la comida, es el mejor signo del reconocimiento, está por encima de las apariencias.

Lo reconocieron al partir el pan, esto es, lo reconocieron al compartir la comida tras el camino. Pero no pernoctó con ellos, para que ellos fueran desde ahora anunciadores de lo que habían visto. Contaron lo que les había pasado durante el camino “y cómo lo habían reconocido al partir el pan”. Velásquez estampó el milagro pictórico de la luz diáfana sobre el mantel, que es donde se coloca la comida.

Adolfo Carreto

Nacido en la Zarza de Pumareda – Salamanca, el 7 de febrero de 1944. Teólogo, Filósofo y Comunicador Social de la Universidad Católica Andrés Bello Caracas – Venezuela. Profesor y Director Universitario. Padre de dos hijas, Selene Carreto (+) y Candholy Carreto. Ganador del premio  internacional de narrativa Francisco Herrera Luque con su novela Los Pecados Sobre La Mesa. Escritor de un sin fin de novelas, editoriales, y libros de texto a nivel universitario. Fallecido el 22 de junio de 2008 en Caracas – Venezuela.