Lo habitual es que los seres humanos manifestemos nuestra forma de pensar con gestos y palabras. Lo contrario indicaría aspectos enfermizos, o represiones políticas o deformaciones religiosas. El grado de expresividad de cada uno dependerá de su temperamento. Unos son más reservados, otros más comunicativos. Pero todos necesitamos sicológicamente expresar la vida invisible que llevamos por dentro. Nuestros pensamientos no se “ven” ni se “oyen”. Somos capaces de amar, de odiar, de sufrir, o de ser felices sin que se vea. Pero no parece que eso sea compatible con una celebración litúrgica, y menos con la eucarística. Las celebraciones cristianas son para expresar con  los demás nuestros pensamientos. Vivir en común nuestra fe.

 

Y a través de ritos y oraciones manifestamos lo que pensamos del Dios que llevamos dentro. Lo que esperamos o solicitamos de Él. A través de nuestros ritos y oraciones expresamos que somos hijos de Dios y hermanos. 

Celebramos que somos un pueblo liberado, que camina hacia la plenitud. Eso de la Tierra prometida, la Jerusalén celestial, la Iglesia de Jesús, la Mesa del Padre no son más que metáforas de la meta final de nuestro caminar. 

Tremenda pregunta ¿Son esas nuestras celebraciones litúrgicas y eucarísticas?  

Habrá que repasar las oraciones, los cánticos, los gestos, todo el ritual para que se vislumbre el Dios en quien decimos creer y la salvación que llevamos dentro y que anunciamos a la humanidad.

Luis Alemán Mur