La práctica religiosa que más ha influido e influye en los creyentes, para bien o para mal, es la liturgia. Tanto en la misa como en el resto de sacramentos. La liturgia forma o deforma a los fieles mucho más que los dogmas o los llamados artículos de fe.

Las celebraciones litúrgicas en los templos han seguido en la historia el mismo ritmo y los mismos avatares que la teología. Por ejemplo, si en la teología se estudia, hoy, la eucaristía como mesa de convivencia fraterna, el desarrollo de esa liturgia será muy diferente si la teología considera la misa como una continuación “bautizada” de los sacrificios de corderos o animales ofrecidos a los dioses por judíos o paganos en altares humeantes.

Acudir a una misa en la que el que preside se considera a sí mismo como un sacerdote que “ofrece un sacrificio” al Altísimo, es muy diferente a participar en una mesa fraterna presidida por una persona respetable (presbítero =”anciano”)
que se dirige a Dios Padre en nombre de todos y da la palabra a los lectores, a los entendidos en escrituras, o a los que traen el lamento y necesidades de los más pobres y alejados. Son dos teologías diferentes, cuando no opuestas.

No cabe duda. Detrás de cada celebración litúrgica hay una teología y una concepción diferente de iglesia. A cada rito responde una teología, como cada teología se traduce en un tipo de iglesia. Liturgias y ritos tan dispares que hasta presuponen dioses o iglesias diferentes.

Es tan claro que para “aggiornamentar” la Iglesia, el Concilio Vaticano II quiso promover una liturgia nueva. Pero aparecieron enseguida grupos separatistas, pegados no a la Tradición sino a las deformaciones de siglos pasados para mantener sus latines, casullas y mitras. Para honrar a Dios daban la espalda al pueblo. Su modelo es el Antiguo Testamento, clausurado por Jesús. Cambiar la liturgia era cambiarles su teología y su Dios.

Si queremos una teología dominada por el modo de pensar de los evangelios es imprescindible volver a enganchar con la renovación litúrgica tímidamente iniciada en el Vaticano II. Y esto, implicaría:

· La acomodación del espacio. Es decir acomodar los templos, tanto cuanto sea posible.

· Revisión muy radical de los textos en los cantos, oraciones, moniciones, saludos etc.

· Revisión muy drástica de los rituales.

Dos ejemplos.

1.-Los templos. No solamente se comenzaron a levantar como signo de poderío. Su estructura arquitectónica estuvo marcada no por la última cena, sino por el Levítico y para competir con las edificaciones paganas. Hoy día ya es muy difícil remodelar catedrales, santuarios y demás iglesias para acomodarlas a una visión tan nueva y tan antigua como la comida fraterna del evangelio.

Otra cosa sería la edificación de los nuevos templos. Hoy ya es un error contumaz reproducir planos y teologías ya superadas.

2.-Las oraciones. Expresan un modo de pensar sobre la propia intimidad o sobre la sociedad, sobre la muerte, sobre Dios. Todo los que oímos o rezamos en las iglesias es teología. Lo que se dice y lo que se hace educa o deforma.

En cuanto a los Templos confieso la agradable sorpresa de vivir desde ahora cerca de una parroquia de franciscanos, en la calle Duque de sesto esquina Lope de Rueda. Los arquitectos y sus asesores pensaron en un templo para una comunidad orante y celebrante.

En cuanto a la “teología” de las oraciones propongo, a modo de práctica, comparar la colecta del día de la asunción de María con la siguiente oración:

La humildad y la fe de María, madre de Jesús

permitieron que tu presencia, Señor, inundara su vida.

Contigo llegó a la plenitud humana

elevada por Ti a la dignidad de Madre de tu Hijo.

Cobijados bajo su calor de madre,

Te pedimos nos llenes de tu Espíritu

Y así caminar hasta la plenitud.

Luis Alemán Mur