La danza de lo in-tempestivo

En el contexto anterior a la resurrección de Lázaro aparece de nuevo el tema de las obras, esta vez en relación con el verbo creer:”Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a mis obras y reconoceréis de que el Padre está en mí y yo en el Padre”. (Jn 10,38).

En la escena siguiente, Jesús va a realizar la obra por excelencia del Padre que es comunicar vida, y una vida que ya estaba en posesión de la muerte. Pero no es esa señal la que obtiene la fe de Marta, sino que la confesión creyente de ésta la antecede: “Yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que había de venir al mundo” (11, 27), apoyada solamente en la afirmación de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida” (v. 25).

Estamos ante una fe proclamada “a destiempo” ya que su momento adecuado parecería ser el siguiente a la salida de Lázaro de la tumba. Pero entonces, parece decirnos Juan, ya no sería fe, porque lo propio de ésta es adelantarse y preceder a los signos.

Pero hay otro significativo destiempo (más bien contratiempo o llegada intempestiva ) en la narración: el del retraso de Jesús que, aunque sabía de la enfermedad de su amigo, “prolongó su estancia dos días en el lugar” (v.6) y además pronuncia una frase incomprensible ante sus discípulos: “Lázaro ha muerto. Y me alegro por vosotros de no estar allí, para que creáis” (v 15).

Existe por lo tanto para Jesús un “no estar” en el lugar adecuado (devolviendo la salud a Lázaro) que es ocasión de fe, y eso es más importante para él que el consuelo que hubiera dado con su presencia.

Realmente se merecía el reproche de Marta: “Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano…” (v 21) Marta no hace más que sumarse con voz femenina a la multitud de los que a lo largo de los siglos habían protestado, clamado y hasta casi insultado a un Dios acusado de impuntual.

Abraham, el primer creyente, fue también el primero en refunfuñar ante Dios, cansado ya de tanto retraso en la promesa de descendencia: “Señor, ¿de qué me sirven tus dones si soy estéril y Elezer de Damasco será el amo de mi casa? (Gen 15, 2). Y es que, la verdad, ni Sara ni él mismo iban estando ya para nada.

“Que se dé prisa, que apresure su obra para que la veamos; que se cumpla enseguida el plan del Santo de Israel para que lo comprobemos” (Is 5. 18), apremiaban los listillos contemporáneos de Isaías, y Jeremías, después de comprar un campo con el destierro ya encima, se encaraba abiertamente con Dios: “Estás viendo la ciudad ya en manos de los caldeos y en este momento vas tú y me dices: – ¡Cómprate un campo! (Jer 32, 25).

Habacuc fue el primero en preguntarle abiertamente: ¿Hasta cuándo pediré auxilio sin que me escuches? (Hab 1,2) y el impaciente Job tampoco se quedó corto en protestas.

En el NT tampoco los discípulos parecen estar muy de acuerdo con la medición de tiempos propia de Jesús: evidentemente, el durmiente que llevaban en la barca retrasó demasiado el momento de despertarse y calmar la tempestad (Mc 5,38); y cuando llegó aquella otra galerna, podía haber abreviado sus rezos en la montaña y acudir en su ayuda un poco antes (Mc 6, 46-50). Tampoco estuvo atinado de cálculo cuando se le fue la gente detrás : “El lugar es despoblado y la hora es avanzada” (Mc 6,35).

O sea, mucha compasión, pero ni idea de que el tiempo pasa y ahora a ver cómo nos arreglamos para que coman. Y no digamos cuando le entró aquella prisa insensata por subir a Jerusalén, con la que estaba cayendo allí (Mc 10,32). En opinión de los de Emaús, los tres días pasados en la tumba eran ya más que suficientes para darles razón en su sospecha de que la promesa de resurrección no había sido más que una pretensión insensata (Lc 24, 21).

El tema del desajuste entre tiempos de Dios y tiempos humanos es reincidente en las parábolas: el amo no llegó hasta el tercer turno de vela (Lc 12, 38) y el novio se retrasó tanto, que el aceite de las lámparas estaba ya en las últimas (Mt 25,5).

Jesús es contundente y nunca aclara los cuándos de Dios ¡Estad en vela!, es lo único que recomienda (Mt 24,42) y, junto con eso la convicción de que la semilla crece sin que el que la sembró sepa cómo (Mc 4,27).
Invitados a la danza de lo in-tempestivo

Es Marta esta vez quien nos invita:

Dejad que sea Otro quien mida vuestros tiempos, ritmos y compases. Recordad que él llega a tiempo pero a su tiempo, no al vuestro, y tendréis que ser pacientes y convertir vuestra prisa en espera y vuestra impaciencia en vigilancia. Acostumbraos a su extraño lenguaje: si decís de alguien: “está muerto” él os dirá “está dormido” y os pedirá también vuestro consentimiento, no sólo ante sus retrasos, sino ante sus anticipaciones: porque en el grano de trigo podrido en tierra él está contemplando la espiga, y cuando una mujer grita de dolor, él escucha ya el llanto del niño que nace.

No temáis permanecer a su lado junto a las tumbas de vuestro mundo, unid vuestro llanto al suyo allí donde parece que la muerte ha puesto ya la última firma y gritad vuestra rebeldía ante su dominio. Pero creed también en la fuerza secreta de la compasión y de la insensata esperanza. Cuando yo le esperaba junto al lecho de Lázaro para ahuyentar su fiebre, él vino a destiempo, a la hora tardía en que creíamos no necesitarle. Y el que no llegó a tiempo para curar a mi hermano, ordenó retirar la piedra del sepulcro, pronunció su nombre y le ordenó con su poderosa voz: -“Lázaro, ¡ven afuera!”.

Y todos supimos entonces que la última palabra la tenía aquel hombre en quien habitaba el poder de vencer a la muerte. Atreveos a jugar con él el juego de sus retrasos y de sus des-tiempos: apostad fuerte por la Palabra que os asegura que en él está la resurrección y la vida de todos los lázaros olvidados en las tumbas de la historia.

Alegraos de tener como Compañero de danza al Ex-céntrico y al Imprevisible, aunque os conduzca a un ritmo que os parezca paradójico, in-conveniente e intempestivo. Porque lo suyo es cambiar nuestro luto en danza, desatar nuestros sayales, como desató a Lázaro de sus vendas, y revestirnos de fiesta,

Dolores Aleixandre